Viaje al más allá
Cerré los ojos y me morí. Momentos antes todo era oscuridad. Oí al cirujano decir que mi corazón no respondía. Poco después algo se desprendía de mi cuerpo, parecía un halo níveo del tamaño de un corazón grande. Era yo misma y me había desprendido de esa cobertura que había sido mi cuerpo durante setenta y ocho años; ahí se quedaba, en la mesa de operaciones, arrugado, parecía un traje de submarinista. El halo blanco, o sea yo, volaba feliz, aunque no sabía hacia dónde. Me había imaginado el cielo por encima de la tierra, pero no era un lugar, no sé lo que era; me dirigí hacia allí; me pareció atravesar una especie de nubes blancas, muchas y muy tupidas enredándome, a veces en esos algodones o nimbos de los que salí para avistar un cielo azul índigo cuajado de estrellas de entre las cuales, una brillaba con luz especial tintineante e incitante; seguí el inexistente sendero, penetré en la luz y llegué a ese NO LUGAR