Según iba descendiendo oí una voz que me decía: “irás a un sitio que será como tú lo habías imaginado en la tierra o como tú lo imaginas ahora”
Al atravesar otras densidades blancas y rosáceas se fue abriendo a mi vista un hermoso valle tal como yo lo había figurado: el cielo era de un azul cerúleo y despejado, salpicado de algún trazo rosa, había montañas suaves que circundaban y enmarcaban el conjunto; un río de aguas claras y nerviosas, con pequeños saltos, discurría apacible y a lo largo de sus riberas se disfrutaba de un extenso y alfombrado césped de un verde reluciente salpicado de florecillas de diversos colores. Al fondo del valle destacaba una especie de construcción que no parecía hecha de ningún material conocido; era blanca de altos muros (que no eran muros), y diversas estancias (que no eran estancias). Me dirigí hacia allí y según me iba acercando iba distinguiendo varios halos níveos como yo misma. Salían a mi encuentro y cuando estábamos muy cerca tomaron cuerpo humano: ¡eran mis padres ¡Allí estaban ellos tal como yo les recordaba en los mejores momentos de mi vida! Sonreían y se acercaban a mí que también había tomado forma humana. Nos abrazamos con emoción. No había palabras, pero comprendíamos todo lo que pensábamos. Supe que cerca se encontraban mis tíos, amigos y demás seres queridos. Aún no veía a Dios, pero sabía que estaba y que pronto se me haría presente para bendecirme y cobijarme con Su Amor.
No sé cuánto tiempo pasó porque la noción del tiempo no existe allí. Yo estaba feliz con mis padres, reposaba en el regazo de mi madre como cuando era pequeña y mi padre sostenía cariñosamente mi mano. De repente, mis padres se pusieron en pie, serenos y tranquilos, adelantándose un poco como para salir al encuentro de alguien. Efectivamente, la figura de Jesús, tal como nos lo describe la Biblia, se hizo visible. Avanzaba despacio, sonriendo. Era alto. Vestía una túnica blanca y sobre ella, a ambos lados, sobretúnicas de color azul.
Llevaba el pelo a la altura de los hombros, barba bien cuidada y unos ojos indescriptibles que cuando se posaron en mí percibí un sobrecogedor sentimiento de placidez que no puedo expresar. Al llegar a nuestro lado extendió sus brazos como invitándome a unirme a Él. ¡Yo corrí a Su encuentro y justo cuando ya iba a tocarle…! puf!, nos desvanecimos todos….
Me desperté con un rictus de agradable sorpresa.
Hacía mucho tiempo que no soñaba. ¡Quise volver a retomar el sueño, pero ya no pude…! ¡Que pena! Era tan bonito…..