El día quince de agosto
empezamos la odisea:
Comenzaba en Ámsterdam,
Terminaba en Basilea.
Es un crucero fluvial
Que fleta Panavisión.
Para ver bien Alemania
Es una buena ocasión.
El quince y el dieciséis
Amsterdam, su gran museo
Rembrandt (la Ronda de Noche),
La plaza Dam, el beaterio.
Pero el lunes diecisiete
Navegando en la corriente
Un carguero despistado
Nos embiste frontalmente.
Sol y yo en la misma proa
Descansábamos felices;
Vimos venir la tragedia
En nuestras propias narices.
Se acercaba hacia nosotros
Cual demonio enfurecido,
A una gran velocidad,
Y el capitán hizo un giro.
Pero no fue suficiente;
El impacto fue brutal;
Nosotras nos agachamos
Por un instinto animal.
Luego fue todo muy rápido;
Tras el choque violento
El agua entró a borbotones
Anegando nuestro asiento.
Corrimos despavoridas
Sin querernos detener,
Pues todo eran desperfectos
Acá y allá por doquier.
El caos fue general:
Muchos estaban perplejos,
y por la megafonía
nos daban buenos consejos.
Nos decía el capitán:
“mantengamos la cordura,
No ha sido nada importante,
Es solo una abolladura”.
“Así empezó en el Titanic”
-pensé para mis adentros-
“no ha sido nada importante”,
Y hubo centenas de muertos.
En poco tiempo vinieron
bomberos y sanitarios,
técnicos, especialistas,
¡y hasta vino un comisario!
Por la parte de delante
el barco estaba averiado;
se quedó en los astilleros
para allí ser reparado.
Astilleros, en Colonia,
Un lugar no deseable,
Putrefacto, maloliente,
muy sucio y desagradable.
Tras dos días lo reparan
Y mientras, los cruceristas
Se recorren Alemania
como errabundos artistas.
En jornadas laborales
Nos meten en autocar
-diez horas como promedio-
Cual japonés ejemplar.
Día diez y ocho, Coblenza,
Y el diecinueve el Mosela.
Era todo muy bonito,
pero no valió la pena,
pues después de unas diez horas
metidos en autocar
vimos pueblos coloristas
sin poderlos pasear.
Disfrutamos del crucero
El día veinte ¡por fin!
No supimos distinguir
si era el Duero o era el Rin.
Tan grande era la alegría
al vernos en la cubierta
que tímidos paseamos
temiéndonos una treta.
Pero no, ¡era la verdad!
Ni era treta ni un apaño.
El panorama tan bello
no nos llamaba al engaño.
Suaves colinas verdosas
Y castillos con almena,
Historias, bellas leyendas,
Y Lorelai, la sirena.
El río les sonreía
a los pobres sufridores
que haciendo fotografías
olvidaban sinsabores.
Por la tarde Heidelberg.
Es una hermosa ciudad.
En todo el mundo es famosa
Su gran universidad
Allí estuvieron los celtas,
y llegaron los romanos,
hubo guerras fraternales,
se instalaron los prusianos.
Para el día veintiuno
Hay muchas cosas que ver
en la ciudad de Estrasburgo:
un delicioso placer.
El Palacio de Rohan,
Viejos barrios, catedral,
Interesantes museos,
El centro peatonal.
Sábado día veintidós
El viaje ya ha concluido;
Se prepara la maleta,
Cada cual vuelve a su nido.
Y ahora a reflexionar
Cómo ejercer sus derechos,
Pues cada cuál es muy libre
para interpretar los hechos.
Pero el viaje es aventura.
Lo que hay que considerar
es que la mente esté abierta
para poder disfrutar.
Porque, pase lo que pase,
Hay que vivir experiencias,
Unas buenas y otras malas:
No perdamos la paciencia.
Ya que lo más importante
Para un viajero curtido
es tener muy buen humor
y lograr ser divertido.