Hace tan solo unas décadas estaba de moda entre los millonarios de todo el mundo hacer safaris para la caza mayor. En muy poco tiempo se ha impuesto en nuestra civilización una nueva sensibilidad. Desde finales del siglo XIX los conservacionistas empezaron a tener sus primeros éxitos en la preservación de la vida salvaje y durante los años 80 se propagaron nuevos slogans sobre “el movimiento ecologista”, “el calentamiento de la atmósfera”, “la conservación medioambiental”, “la protección de las especies en peligro”...
La República Sudafricana es uno de los países que más pronto tomó conciencia de la enorme riqueza que suponía la conservación de sus especies. El relieve de este país viene condicionado por la gran meseta que abarca casi dos tercios de su superficie total (1.221.034 kilómetros cuadrados) y cuyas cotas más elevadas se encuentran en el sureste, en las montañas Drakensberg, cordillera que separa la meseta de las zonas costeras. El desierto de Kalahari, al noroeste, extiende su enorme mancha amarilla en el mapa sudafricano.
Su población es un variado mosaico étnico, en el que de un total de 41 millones de habitantes el 75% son negros africanos pertenecientes a nueve grupos étnicos diferentes -el más importante el zulú-, 13,6% son blancos, 8,6% mestizos, y 2,6% asiáticos.
El país posee enormes riquezas naturales tanto por sus cuencas geográficas (ríos Orange, Vaal o Limpopo) como por sus importantes yacimientos minerales (oro, carbón, diamantes) y sobre todo por su flora y fauna. La vegetación autóctona de Suráfrica varía de un lugar a otro según las precipitaciones. En el Lowveld Este, merced a las torrenciales lluvias, emerge la selva tropical. A lo largo de la costa meridional de esta región hay bosques formados por especies de árboles de madera dura (como el cedro). En las tierras altas orientales el paisaje es de pradera y árboles aislados, o de sabana con árboles y arbustos. En lo referente a la fauna, las especies más características de mamíferos son: el león, el elefante, la cebra, el leopardo, el hipopótamo y otros menos conocidos. La mayoría de ellos viven en grandes extensiones de terreno bajo la protección del gobierno.
Poco a poco se fueron apreciando estos valiosos recursos naturales. La labor del naturalista Paul Kruger, Presidente de Sudáfrica, así como la dedicación del teniente Coronel Stevenson Hamilton tuvieron su recompensa con la creación del gran santuario: un enorme reino animal donde éstos pudieran vivir en paz: el Parque Kruger, fundado en 1926. En 1979 unos empresarios sudafricanos -Alan Bernstein y David Karts- se reunieron para conseguir un sueño: atraer capital internacional para el desarrollo de grandes zonas donde se protegiera la vida salvaje. Su objetivo era dar a conocer la importancia de la conservación de estas especies y su entorno natural, potenciando el turismo ecológico y evitando el turismo destructivo. Los parques nacionales empezaron a ser algo importante para los sudafricanos. Desde Ciudad del Cabo -en el sur- hasta Limpopo -en el norte-. Desde las zonas montañosas hasta las sabanas, los áridos desiertos o las tupidas selvas, 16 parques nacionales (11 de los cuales ofrecen alojamientos) albergan una extraordinaria variedad de insectos, reptiles, peces, anfibios, aves y mamíferos, además de especies vegetales y de las flores más exóticas de toda África. Los Parques Nacionales simbolizan la conservación de la herencia más importantes: la vida salvaje, y promueven con sumo cuidado la interacción persona-medio ambiente. Así como en los resortes turísticos de recreo las prioridades corresponden al ser humano, en estos parques naturales el protagonista indiscutible es el elemento natural: la combinación de naturaleza, animales y plantas.
Parque Kruger
Es uno de los más famosos de todo el mundo tanto por la diversidad de sus especies como por su amplio territorio, que abarca 350 kilómetros de norte a sur y tiene una extensión aproximada de 20.000 kilómetros cuadrados (casi como la provincia de Badajoz). Situado al nordeste del país y fronterizo con Mozambique, en sus entrañas se esconde una enorme variedad de plantas, alrededor de 500 especies de aves, 1.000 especies de reptiles y hasta 147 especies de mamíferos entre los que se cuentan los “cinco grandes”: león, leopardo, búfalo, rinoceronte y elefante. La visión de estos especímenes es realmente excitante, sobre todo cuando se les contempla desde distancias muy cortas.
Yo tenía grandes deseos de involucrarme en la vida de los animales salvajes a través de safaris fotográficos, donde la muerte y la destrucción no fueran los elementos principales de las fascinantes aventuras que tantas veces había vivido a través de lecturas y películas sobre expediciones a la selva. Curiosamente la palabra “safari”, que para los europeos implica una cierta sensación de riesgo y aventura, significa en lengua swahili “viaje”, pero se ha extendido y universalizado por todos los países africanos. Llegué al Parque Kruger desde Johanesburgo tras una hora de vuelo en un avión de hélice. El aeropuerto de Skukuza es muy pequeño; está situado dentro del parque, en plena sabana, y solo dispone de una pequeña pista de aterrizaje. Es privado, por lo que cada pasajero ha de pagar unas 2.200 pesetas por su utilización, y sirve como repartidor para todos los establecimientos públicos o privados ubicados en la zona del Parque. Desde allí, una avioneta de 10 plazas me lleva en 10 minutos de vuelo al Lodge Londolozi, situado al este de las montañas Drakensberg y junto al río Sand cuyas aguas discurren sobre un lecho de rocas de granito. Se aterriza en una mínima extensión pavimentada en medio de la selva. Hasta hace pocos años se consideraba a esta región como inhóspita, debido a las adversas condiciones que propiciaban enfermedades y epidemias. La tribu de los shangaan-tsonga, provenientes de una zona de Mozambique aún más deprimida, se trasladaron a este lugar hace 100 años. Luego vinieron comerciantes y cazadores europeos que, luchando contra la malaria y otras plagas, se asentaron en la zona y se convirtieron en propietarios de grandes terrenos que utilizaban básicamente para safaris y para crianza de ganado. En 1926 el territorio de Sparta (donde hoy día se halla Londolozi) fue adquirido por Charles Varty y su amigo Frank Unger, cuyos descendientes decidieron conservar este lugar como santuario privado para el relax y el contacto con la naturaleza. Londolozi es una palabra zulú que significa “protector de todas las cosas vivientes”. El lugar es fabuloso. Una cabaña sirve como recepción. A mi marido y a mí nos ubican en una gran choza-chalet de madera. En el porche exterior hay una mesa, dos sillas, un mueble-bar y un jacuzzi. Apoyados en una barandilla de madera contemplamos la extraordinaria belleza del entorno. En el interior de la cabaña hay una gran cama con dosel y mosquitero. Nada más llegar vamos al comedor, que es una estancia de madera con balconada que da al río Sand y a la espesa jungla. Los monos campan a sus anchas manipulando libros y enseres. El manager del lodge me explica que estos juguetones primates pertenecen a la familia de los babuinos chacma (monos cinocéfalos que viven en pequeñas comunidades de unos 30 individuos bajo la guía de un macho viejo, protegen con gran cuidado a sus crías y tienen extraordinariamente desarrollados los sentidos de la vista, el olfato y el oído).
Después de comer se sale de expedición. Somos seis personas en un land-rover descubierto todo terreno protegidas por dos rangers, uno de los cuales conduce y otro otea el terreno. Solomon, el conductor, conoce perfectamente todos los senderos y va siguiendo las huellas de los animales. El paisaje es una inmensa planicie, cuya altitud es de unos 350 metros sobre el nivel del mar, con ondulantes colinas, arbustos bajos y abundante pasto. Aunque por el Parque Kruger discurren ríos tan importantes como el Limpopo, Olifants o Crocodile, en nuestro camino solo vemos algún riachuelo y lagunas de aguas tranquilas. Las cebras y los impalas -el más hermoso de los antílopes- se ven por manadas a ambos lados de nuestro vehículo, así como gran cantidad de aves exóticas, jabalíes, iguanas, etc. El grupo de cebras es enorme. Desde el yeep se pueden contemplar corriendo por la sabana en grupos compactos, y la enorme cantidad de ejemplares moviéndose al mismo tiempo con gran ritmo producen un curioso efecto óptico por el que se tiene la sensación de estar mirando un televisor estropeado donde unas rayas horizontales suben y bajan continuamente. Hay una teoría que sustenta que las rayas de la cebra le sirven de defensa, pues el depredador, cuando contempla una manada, no puede aislar a un individuo y no puede conseguir su objetivo preciso. La piel de la cebra es, más que un camuflaje, un motivo de confusión para el atacante. Las cebras suelen medir 1,3 metros y tienen un peso aproximado de 320 kilos. Son la dieta favorita de los leones, por lo que para su defensa permanecen siempre juntas y alerta -sobre todo cuando están bebiendo, momento preferido por los depredadores para su caza-. El periodo de gestación de la cebra es de un año y suelen tener solo una cría.
Al cabo de media hora de conducción el coche se acerca muy despacio hacia un enorme árbol situado en una pequeña colina entre el follaje. Nos detenemos a 3 metros de él. El conductor para el motor. Entre las ramas del árbol vemos con gran admiración un bellísimo ejemplar de leopardo joven tumbado en posición de descanso. Nos mira displicente y continúa sesteando. Su estómago se mueve a ritmo regular, pesadamente, tras la ingestión de su caza. A su lado, en unas ramas un poco más altas, vemos el cuerpo de un joven impala con la cabeza hacia abajo. Aquí la presa está protegida de otros depredadores. Dedujimos que el leopardo acababa de darse un festín con su reciente caza. Me llamó la atención el cuidado y la perfección con que el felino había colocado su botín para irlo consumiendo a lo largo de las próximas horas o días. Muchos carniceros admirarían la técnica de colocación de la pieza para su óptima conservación y mejor aprovechamiento. La cabeza baja hace que la sangre del animal caiga rápidamente hacia abajo, dejando el cuerpo preparado para su correcto aprovechamiento. Al igual que el león, el leopardo marca su zona y la defiende bravamente frente a los intrusos. Son solitarios por naturaleza y solo se les ve en compañía de su pareja durante la época de apareamiento. La hembra, tras un período de gestación de nueve meses, pare 1,2 o 3 cachorros a los que protege en lugares recónditos que cambia regularmente para evitar su localización. A los 12 meses deben independizarse y procurarse por sí mismos su alimento. Permanecemos en el lugar durante varios minutos observando el comportamiento del mamífero, que de vez en cuando se despereza. De repente se incorpora con agilidad vertiginosa mostrando la belleza de su cuerpo musculoso -unos 60 kilos- y su hermosa piel brillante y moteada. Yo me asusto pensando que, desde su posición, puede atacarnos sin dificultad con un pequeño salto. Sin embargo, los rangers permanecen quietos sin tocar el rifle. El leopardo baja del árbol y se interna en la espesura. Creí que era el momento de retirarnos, pero en lugar de hacerlo Solomon persigue con el coche al animal a través de los matorrales y arbustos. La emoción del safari consiste en perseguir a los animales, fotografiarlos en sus mejores poses y observar su comportamiento. Después de una media hora de seguimiento abandonamos la presa. A veces hemos estado a solo un metro de distancia.
Poco después, siguiendo las huellas, nos topamos con una familia de rinocerontes blancos: macho, hembra y cría. Dice Solomon que se dirigen a una laguna cercana para beber, pues está cayendo la tarde y estos animales tienen la costumbre de beber dos veces al día. Los rinocerontes advierten nuestra presencia, pero siguen su camino imperturbables. Solo en dos ocasiones el gran ejemplar macho se enfrenta al vehículo: una cuando les adelantamos e interceptamos para obtener buenas fotos, y la otra cuando al final de la persecución les esperamos en la laguna. Estamos muy cerca y casi no me atrevo ni a respirar ante la mastodóntica presencia de estas moles prehistóricas unicornes de hasta 1.700 kilos de peso. Cincuenta millones de años de poder inmutable me contemplan. Es una animal temible, sobre todo cuando está herido y es capaz de desarticular por completo un vehículo en dos o tres embestidas. La película de Howard Hawk “Hatari” refleja perfectamente las hazañas de este terrible mamífero de mal genio y gran agresividad. Solo soportan con agrado a los “picabueyes” que les quitan los parásitos y parece ser que les avisan de peligros inminentes. Ante nuestra presencia no se atreven a beber. El macho ruge, enfrentándose al cercano vehículo, mientras la hembra y la cría hacen intención de acercarse a beber. Finalmente, el macho se lo impide y huyen del lugar. El rinoceronte blanco se distingue del negro por sus labios. Los del blanco son más grandes y tienen forma cuadrada en vez de puntiaguda. Me dice Solomon que esta especie estuvo a punto de extinguirse en la década de 1930, pero que gracias a las medidas proteccionistas del gobierno y entidades privadas hay en la actualidad 1.200 rinocerontes de este tipo en el Parque Kruger.
La expedición continúa. El paisaje es una sabana inmensa donde el color verde se desparrama en múltiples tonalidades que abarcan todas las gamas. El calor del día se va apaciguando al atardecer. Es necesario protegerse con una chaqueta más que por la pequeña bajada de la temperatura por la picadura del temible anofeles, el mosquito trasmisor de la malaria. Éste es el verdadero enemigo. La causa de la enfermedad es un parásito del género plasmodium que requiere dos condicionantes: hombre y mosquito. Cuando el mosquito anofeles chupa la sangre de un persona infectada, adquiere los parásitos. Éstos continúan su ciclo de desarrollo en el referido mosquito quien, al picar a otro ser humano, los traspasa. Una vez en el cuerpo humano los parásitos se mueven hacia el hígado, donde se desarrollan y se distribuyen a través de las arterias por todo el cuerpo, invadiendo las células y multiplicándose. La enfermedad produce fiebre, sudor, escalofríos, diarrea, etc. Afecta al hígado y a los riñones, y si no se trata adecuadamente puede producir la muerte. El Parque Kruger es zona de malaria endémica y es necesario tomar todo tipo de precauciones. Nos embadurnamos hasta las orejas con repelente antimosquitos que nos proporciona el propio guía, con lo que el olor que despiden nuestros cuerpos es infecto. Durante el resto de la jornada vespertina contemplamos diversos animales ocultos, a los que el guía alumbra con un foco desde el coche deslumbrándolos para evitar ser sorprendidos inesperadamente en nuestro camino de vuelta.
Con las últimas luces el cielo se enciende, adquiriendo un tono de color de cobre pulido, y arroja su resplandor sobre el bosque mientras nuestro land rover atraviesa las trochas y los senderos. Solo cuando nos paramos ante un animal o alguna manada nos abruma el silencio de la selva. Es una mezcla de olores y sonidos de seres vivientes no identificables que sobrecoge y emociona. Tras haber efectuado un safari fotográfico en pleno contacto con la vida salvaje se experimenta una sensación de extraordinaria libertad. La mente está en blanco y en esos momentos solo sabes que eres libre para seguir las huellas de cualquier criatura que te conduzca a cualquier lugar de la ilimitada sabana. El land rover se desliza imperturbable a través del misterio de la noche africana.
La cena en el lodge tiene lugar al aire libre, pero asegurados por una alta empalizada y por antorchas. Nos acompaña a la habitación el guardia de seguridad para protegernos de posibles animales dañinos.
Este mismo guardia es el encargado de despertarnos a las cinco de la mañana. Tomamos un ligero refrigerio y salimos de expedición. Por la mañana la luz es radiante. La selva se despierta lanzando al exterior a sus criaturas, que se afanan en el único y permanente empeño de su supervivencia. Las últimas sombras que van abriendo paso al día dejan una pequeña estela de bruma que, según se va retirando como si fuese una cortina, abre el escenario de la selva verde y brillante en un espectáculo sensacional que se me antoja lo que debió ser el alba del Génesis. El sonido de los pájaros a estas horas es muy especial. A veces son verdaderos conciertos polifónicos y otras veces ruidos ensordecedores. De vez en cuando el silencio es total. A estas horas tempranas (y también al atardecer) en los alrededores del río Sand se percibe un fuerte olor a patatas asadas. No se trata de un campamento de boy scouts ni nada parecido. En las riberas de este río existen unas extrañas flores rosadas y pequeñas que se encuentran escondidas entre las ramas de unos arbustos. Se las conoce con el nombre de “el arbusto de las patatas”, aunque su nombre científico es phyllanthus.
Entre la variedad de pájaros de la región -verdadero tesoro para los ornitólogos- destacan el “cazador de moscas del paraíso” (hermoso ejemplar de larga y puntiaguda cola), el “cálao de pico amarillo”, el “rey pescador de los bosques”, varias especies de martín pescador (entre ellas el malaquita -de brillante cresta verde- y el moteado), el abejaruco negro, varias especies de águilas, etc.
Una manada de hipopótamos se refresca en el lago, recreándose en el agua. Cada cuatro o cinco minutos sacan la cabeza durante unos segundos para tomar aire. Sobre un tronco seco situado en el centro del lago unos bellísimos ejemplares de “pájaros del sol” de color negro azabache y afilado pico observan sus movimientos desde el nido, mientras una familia de flamencos rosados se pasean sobre las plateadas aguas. En un lago contiguo, un enorme cocodrilo que toma los primeros rayos de sol de la mañana, asustado por el ruido de nuestro motor, se desliza a gran velocidad dentro de las aguas protectoras de la laguna. Su cara y lomo quedan en la superficie como dos piedras flotantes de tamaño irregular. Tras atravesar una familia de cebras nos topamos con una inmensa manada de búfalos blancos salvajes. Para mi asombro, el conductor enfila hacia ellos y nos paramos justo en medio de la manada, pues -según él- desde este puesto se podrían obtener las mejores fotos. Lo cierto es que la sensación de estar rodeada por estos gigantes de terrible aspecto no es nada tranquilizadora. Algunos de estos ejemplares se quedaban mirando al vehículo y permanecían a una distancia desde la que podríamos haberles tocado los imponentes cuernos con la mano, cosa que ninguno de los ocupantes hicimos siguiendo las más elementales normas de prudencia. Aunque aparentan calma y pacifismo, pueden ser extraordinariamente peligrosos cuando están heridos o se sienten atacados. Su enemigo principal es el león y de él se protegen yendo en manadas. Respiré tranquila cuando salimos de ese mar de lomos negros.
Poco antes de regresar al lodge compartimos unos minutos con unas larguísimas jirafas que triscaban a lo largo de una trocha completamente ajenas a nuestra presencia. Estos animales dedican unas trece horas diarias a comer y, mientras lo hacen, se puede distinguir perfectamente al macho de la hembra, ya que ésta se alimenta en la parte baja de los árboles doblando el cuello y ellos comen de la parte alta de los árboles estirando el cuello. Curiosamente, aunque este extraordinario mamífero tiene un altura de cinco metros y medio posee el mismo número de vértebras en su cuello que el más diminuto de los gorriones. Las jirafas viven en comunidades y comparten a menudo su territorio con cebras y antílopes. Son animales dóciles y con pocos medios de defensa, aunque con sus patadas pueden noquear a un león. Son capaces de alcanzar velocidades sostenidas de 50 kilómetros por hora durante varios kilómetros.
La experiencia de estos safaris fotográficos -algunos de ellos en vehículos y otros a pie- es fascinante. El contacto directo con la naturaleza y la observación detallada y cercana del mundo animal nos enseña y nos devuelve al mundo de la contemplación, base fundamental para estimular la curiosidad y el conocimiento. Después de las 9 desayunamos espléndidamente, dimos un paseo por los alrededores y nos dispusimos a partir para Durban, vía Johanesburgo.
A las 10,30 el land rover nos conduce a la pista de la avioneta. No podemos bajar porque hay un enorme ejemplar de león macho cómodamente sentado en medio de la pista. Esperamos un buen rato. Finalmente tenemos que abordar la avioneta desde otro punto porque el león no se mueve. La avioneta pone los motores en marcha y comienza a moverse despacio sin atreverse a despegar. Tras un cierto tiempo el león se asusta, se va de la pista y podemos despegar.
En dos horas llegamos a Johanesburgo y continuamos una hora más en otro avión con dirección a Durban. Allí nos espera un coche para trasladarnos a Shakaland, situado a 180 kilómetros y a dos horas de camino.
Shakaland. Con los zulúes
Shakaland es un típico poblado zulú enclavado en una zona de pequeñas colinas de la provincia de Kwazulu-Natal, en el valle del río Mhlatuze. Fue construido en 1984 para el rodaje de la película Shaka-Zulú. En este lugar viven unas cuantas familias zulúes que se dedican básicamente a la recolección de la caña de azúcar y a compartir su vida y sus casas con los turistas que llegan aquí atraídos por la emocionante experiencia de vivir unas jornadas en un auténtico poblado. El alojamiento consiste en una cabaña de adobe con techo de paja en cuyo interior hay una cama, un ventilador, un lavabo y una ducha. Al otro lado de la pequeña plaza del pueblo están las cabañas de los zulúes, que tienen todas una armadura de ramas curvadas recubiertas de paja y con una pequeña base de adobe. Duermen encima de alfombras sobre el suelo. Cuando llegué al poblado la temperatura era de 45 grados centígrados. Una ducha fría y el ventilador de la habitación mitigan el agobio del calor. Durante la noche la temperatura baja considerablemente merced a un oportuno golpe de viento fresco.
La cena tiene lugar en una especie de comedor de madera habilitado. Es abundante y bien cocinada. En la zona hay ganado de calidad, por lo que la carne de vaca es la comida principal. También hay pollo, maíz, patatas y vegetales. Después de cenar el jefe del poblado nos invita a la casa grande para presenciar unas cuantas danzas rituales. Todo el pueblo participa en esta ceremonia. Este lugar está considerado en la zona como un centro de conservación y propagación de la cultura zulú. En 1987 el jefe de la tribu zulú que habitaba en este lugar, animado por un astuto empresario hotelero, tuvo la idea de que su familia alternara las labores del campo con la acogida de aquellas personas que estuvieran interesadas en conocer el modo de vida, la historia y la cultura del pueblo más poderoso de entre los nativos sudafricanos. Actualmente el manager del campamento, Uli, nos explica que su padre tiene cuatro esposas con su correspondiente descendencia. Todos son aquí hermanos o familiares. Hay en total 40 personas que se ocupan amablemente de cuidar a sus huéspedes. Toda la familia atiende a sus labores cotidianas, destinando a algunos de sus miembros a la atención de los huéspedes que pernoctan en su poblado o acuden a él durante el día. No se disfrazan para el turista ni fuerzan sus hábitos para complacer al visitante. Simplemente viven así, como siempre han vivido. El lugar es muy hermoso, rodeado de colinas y con una vegetación abundante, praderas, ganado, caña de azúcar y vegetales. El poblado está inclinado sobre un promontorio desde donde se divisa una tranquila presa. Éste no es el único resorte del país donde se muestra la vida del pueblo zulú. Desde hace unos años ha habido un creciente movimiento de gente joven reivindicando la propagación de la cultura de esta etnia, que se muestra muy orgullosa de su pasado y de sus gentes. No obstante, no son muchos los viajeros interesados por el estudio de este pueblo. Los sudafricanos negros, cuya mayoría relativa son zulúes, conocen su propia historia y los sudafricanos blancos no están demasiado interesados, por lo que solo algunos europeos, americanos o australianos llegan a este enclave.
Cuando un visitante es aceptado en Shakaland no se considera un extraño. Puede pasear libremente por el poblado y sacar fotos de sus habitantes realizando sus trabajos habituales sin que éstos se molesten. Es de los pocos lugares del mundo en que los nativos no se esconden ante las cámaras ni piden dinero por posar. Se detienen voluntariamente y sonríen para que se les fotografíe cómodamente.
Los zulúes. La gente del cielo. Historia
Antes del siglo XVIII los fértiles valles de Zululandia estaban habitados por numerosos clanes, entre los que se encontraban los ngunis que habían vencido a los primitivos habitantes de la región: los bush. Su jefe, Malandela, se asentó cerca de las colinas de Eshowe y pasó de nómada a sedentario. A su muerte, su hijo Zulú agrandó sus dominios comenzando una dinastía que daría lugar a la etnia más poderosa de todo el continente. Tras una serie de sucesores que fueron ampliando sus dominios, a finales del siglo XVIII llegó al poder el joven rey Senzangaklona que tras unos fugaces amoríos con la doncella Nandi -hija del jefe de la tribu elangeni- la despreció, aunque reconoció al hijo habido entre ambos: Shaka Zulú.
La niñez de Shaka Zulú fue muy dura. Él y su madre, aunque tolerados, eran despreciados por la familia legítima de su padre y por todo el pueblo. El joven guerrero sufrió las burlas de su gente y desarrolló una agresividad feroz, mediante la cual iba incubando su instinto combativo y de estratega. Su fama como hábil guerrero ponto traspasó los límites de su poblado. En una carrera sin precedentes Shaka consiguió unificar a la mayoría de los clanes dispersos en un período de once años; se impuso sobre sus hermanastros; y consiguió el poder total sobre el reino conocido como Kwazulu (“el lugar de la gente del cielo”), que alcanzaba un territorio de 225 km2 e integraba a 1.500 guerreros zulúes bajo su mando. Con tan poderoso ejército pronto fue anexionándose nuevos territorios y muchas tribus menores se fueron uniendo a esta poderosa nación emergente. Once años más tarde el rey zulú disponía de 50.000 guerreros, en un radio de 1.000 kilómetros, perfectamente organizados en regimientos de 2.000 hombres cada uno y distribuidos por edades. Los más jóvenes eran los más ágiles, combatían en las alas del ejército dejando a los veteranos en medio, de manera que cuando entraban en contacto con el enemigo los jóvenes cerraban los flancos rodeando al adversario y dejándole a merced de los veteranos, que masacraban al adversario hasta exterminarle.
Cuando Shaka murió asesinado por sus hermanastros, anunció que su pueblo padecería bajo el dominio del hombre blanco. Efectivamente, 10.000 bóers habían abandonado Ciudad del Cabo ante su ocupación por los ingleses y se dirigían hacia el interior buscando nuevos asentamientos. El nuevo rey Dingane (1828-1840) luchó contra los bóers. En 1838 murieron 3.000 guerreros zulúes a manos del hombre blanco. Dingane huyó a Suazilandia, donde murió. Su sucesor Mpande colaboró con los bóers, quienes apoyaron su reinado. Durante 39 años hubo paz en Zululandia, hasta que Cestwayo (1873-1883) sucedió a su padre tras haber dado muerte a seis hermanos y hermanastros. Se levantó en armas contra los blancos, que se habían asentado al otro lado del río Tugela. Inglaterra había vencido a los bóers y la región de Natal estaba bajo su protectorado. La guerra se hizo inevitable y el 12 de enero de 1879 los ingleses invadieron Zululandia con moderno armamento, municiones y artillería. Los zulúes solo disponían de armas rudimentarias para su defensa. Lo que parecía un paseo militar para los ingleses se convirtió en una pesadilla. Durante nueve largos meses los zulúes defendieron valientemente su territorio hasta que en agosto de 1879 Cestwayo fue hecho prisionero y conducido a Ciudad del Cabo. El reino zulú fue dividido en 13 jefaturas independientes, poniendo así fin al sueño del gran jefe Shaka a quien hoy día veneran con admiración todos los zulúes, que con ocho millones de habitantes conforman el grupo étnico más numeroso de toda Suráfrica. Hacia 1888 toda Zululandia había sido anexionada por los ingleses y en 1897 se convirtió en parte de la colonia de Natal. En la década de 1970 varias zonas de Zululandia pasaron a formar parte de la región denominada Kwazulú. En 1994, cuando se celebraron por primera vez en el país elecciones multirraciales, las provincias de Kwazulú y de Natal se fusionaron , formándose la provincia actual de Kwazulú-Natal.
En la actualidad el pueblo zulú se ha incorporado a la vida política del país a través de una originaria organización cultural zulú que en 1976 se convirtió en un partido político de la república de Suráfrica. Su fundador fue el jefe zulú Gatsa Mangosutu Buthelezi y el partido se llama Inkatha, de ideología conservadora. Su objetivo es intentar preservar las tradiciones e instituciones zulúes y su disciplina patriarcal. Aunque este movimiento tuvo un gran apoyo por parte de esta etnia, éste fue también su gran debilidad, pues la dependencia casi exclusiva del soporte zulú no era suficiente para ejercer una destacada presión política. Durante la década de 1980 Inkatha atacó al capitalismo occidental, que buscaba el apoyo de instituciones negras que le avalaran para proseguir el sistema del apartheid (segregación de razas). Cuando fracasaron las estructuras del apartheid, Inkatha pretendió fortalecer un sistema de estructuras federales. Sin embargo, las diferencias entre los partidos Inkatha y Congreso Nacional Africano (ANC) se convirtieron en un estallido de violencia que causó graves perjuicios a la vida política del país. En 1992 se firmó la paz entre ambos partidos políticos. Actualmente el partido de los zulúes es el mayoritario en la Asamblea provincial y sigue respetando a su actual rey Zwelithina. El desempleo en Kwazulú-Natal es el mayor de toda la República Sudafricana (25%) y la tasa de alfabetización es del 58%.
Estructura social de los zulúes. Vida familiar
Desde los tiempos antiguos, antes incluso de la llegada de los misioneros, el pueblo zulú había desarrollado unas normas sociales muy sencillas que persisten aún en nuestros días, y que están basadas fundamentalmente en el respeto a la familia, y la obediencia al jefe de la tribu o del clan familiar. Sus normas de conducta destacan la clara dependencia de las jerarquías, la subordinación de los inferiores a los superiores, de las mujeres a los hombres y de los más jóvenes a los más ancianos.
Los niños aprenden desde muy temprana edad a observar las más elementales reglas de obediencia hacia sus padres y sus mayores. Se reciben las instrucciones en actitud respetuosa y en silencio. En las zonas rurales, aún hoy día, un joven no debe permanecer de pié frente a su padre o dirigirse a un mayor a menos que así se les indique o se les permita. Tampoco debe dirigirse a ellos en tono de familiaridad, sino con el debido respeto. Desde pequeños tienen la obligación de vigilar y cuidar al ganado. A los 12 años comienzan a entrenarse físicamente, pues, aunque el arte de la guerra ya no tiene utilidad, sigue siendo preceptivo para los jóvenes mantenerse en buena forma. Dan mucha importancia al cuidado del cuerpo y a los ejercicios de habilidad y destreza. Las niñas, cuyo status dentro del pueblo es inferior desde su nacimiento, son educadas para ayudar en las labores de la casa. Una de las más importantes es aprender a sostener en la cabeza diferentes cántaros de agua, tarea que exige un lento aprendizaje y merced al cual las muchachas zulúes caminan erectas con una elegancia exquisita.
Una tarea que realizan las mujeres con asiduidad, pues es la bebida habitual en los poblados, es la fabricación de cerveza hecha con sorgo y maíz. Tiene una graduación alcohólica baja (entre 2 y 3 grados). Es muy nutritiva e incluso -dicen ellos- sirve para mitigar las úlceras estomacales. Como huéspedes suyos, fuimos invitados por una mujer zulú a probar su cerveza no sin antes efectuar una serie de rituales preceptivos, pues los espíritus siempre beben primero.
Están bien diferenciadas las tareas entre hombres y mujeres. El hombre tiene a su cargo la protección y defensa de su familia y de su tierra, toma parte en las reuniones importantes del poblado donde se dirimen las cuestiones que afectarán a las nuevas leyes y directivas. Él es el poseedor de cuantos bienes hay en la casa; la mujer no posee nada. El hijo mayor tiene también el privilegio de acudir con su padre a las reuniones. Asimismo las transacciones comerciales corresponden al hombre y cualquier decisión tomada por la mujer no tiene ningún valor. La mujer zulú tiene a su cargo la crianza de los niños día y noche, así como el cultivo de la tierra, la recogida de la cosecha, las tareas domésticas, el acarreo de agua y la preparación de la comida. Los zulúes son carnívoros aunque últimamente, merced al encarecimiento de la carne, utilizan también vegetales. Comen además maíz, tubérculos y -ocasionalmente- pescado de los ríos cercanos. Paseando por el poblado vi en una de las chozas a una mujer que preparaba algo en un recipiente de barro con mucha atención . A través del intérprete le pregunté qué era aquello y la mujer me contestó que estaba haciendo un guiso de judías. Eran éstas enormes, blancas y de forma arriñonada. Me dijo que el secreto de esta comida consistía en cocerlas muy lentamente y echarle unas hierbas muy sabrosas, pues si no se hace así la gente que las coma puede tener “música por la noche”. La ingeniosa frase hacía referencia a las mundialmente conocidas diarreas que suelen sobrevenir tras la ingestión de tan sabroso plato.
Se practica la poligamia por tradición. Un hombre se casa con cuantas mujeres desee siempre y cuando disponga de las suficientes cabezas de ganado requeridas por el futuro suegro como pago por su hija. Si un hombre tiene muchas cabezas de ganado y solo una esposa, puede ser cuestionada su hombría. Cuantas más mujeres tenga un zulú, más reputación e influencia tendrá en la sociedad. Su poder se acrecienta con cada adquisición de una esposa adicional y, aunque el ganado representa su fuente de riqueza y se considera más importante que las mujeres, se da con mucha frecuencia el caso de que la primera mujer inste al hombre a obtener otra esposa, pues de este modo su familia adquiere mayor prestigio y se logra así ayuda en las labores de la casa. Normalmente hay buena armonía entre ellas, que suelen gozar del mismo trato por parte del esposo. No obstante, la primera esposa tiene algo más de poder que las otras, así como la suegra (figura importante en la familia).
Contrariamente a la cultura occidental de los países industrializados la mujer zulú logra más responsabilidades según va avanzando en edad, especialmente la madre del jefe. La abuela tiene gran influencia y suele tener la última palabra en las decisiones (siempre que no tengan relación con asuntos económicos o de disciplina).
Cortejo y casamiento. Vida social
Entre los jóvenes zulúes hay un conjunto de reglas para el cortejo y enamoramiento. Durante la adolescencia los chicos se reúnen en grupos bien diferenciados de los de las chicas por sus juegos y diversiones. Cuando llegan a la edad de contraer matrimonio, el muchacho no debe dirigirse de forma directa a la joven elegida, sino que tiene que buscar intermediarios -normalmente sus propias hermanas-. En estos primeros contactos la muchacha se muestra despreciativa y distante para “darse a valer” y luego comienza a dar muestras de su interés dándole algún regalo sin importancia a través de las hermanas o amigas. Una vez que la familia de la chica da su aprobación para el noviazgo, el chico pone una bandera blanca a la entrada de su choza. De esta manera indica a todo el mundo que muy pronto va a tener novia. A partir de ese momento comienzan las negociaciones para fijar el precio de la novia entre el padre de ésta y el novio, participando también familiares cercanos de ambas partes.
Una curiosa manera de comunicación entre los jóvenes cuando aún están en la primera fase es a través de los adornos. Las muchachas inventan románticas cartas de amor a través de ornamentos que se colocan en la cabeza, cuello o manos, y luego se los envían a su amado como regalo. Los collares tienen un significado especial y pueden ser interpretados como verdaderas cartas de amor. Las cuentas se “leen” de un extremo a otro. Una bolita blanca significa amor y honestidad; la negra se refiere a algo relativo a soledad, desagrado o malas noticias; la rosa es signo de pobreza; la verde indica penas de amores; la roja lágrimas y deseo; la amarilla salud. Una bola manchada significa duda. A través de este complicado sistema de comunicación las muchachas zulúes contactan con sus amados desde tiempos inmemoriales. Al igual que otros pueblos sin escritura (los incas interpretaban los quipus -cuerdas anudadas- con gran precisión), los zulúes inventaron estos coloristas métodos para transmitir diferentes mensajes. Aunque en la actualidad hay muchos niños que aprenden a leer y escribir, la provincia de KwaZulu-Natal -donde viven la mayoría de los zulúes- da un alto porcentaje de analfabetismo.
La mujer soltera está orgullosa de mostrar su cuerpo y no le avergüenza la desnudez. El pecho desnudo no tiene una gran significado erótico para el hombre zulú, cuyo oscuro objeto de deseo en la mujer lo constituye el muslo. Se aceptan con naturalidad los juegos amorosos entre los jóvenes prometidos, siempre y cuando no se consumen totalmente. Si una muchacha pierde su virginidad antes del matrimonio, el muchacho deberá pagar un animal adicional al precio de compra ya estipulado, además de sufrir las burlas de los amigos de ambos. Si la muchacha queda también embarazada, el deshonor y la vergüenza caen sobre la familia del novio.
Para una joven es un insulto casarse sin la lobola, término que significa textualmente “dale una res a tu novia”. Desde el punto de vista zulú, no se compra realmente a la novia sino que se compensa al padre de la novia por el perjuicio que le supone prescindir de la mano de obra. Pregunté a una de las mujeres del jefe de la aldea cuál era en la actualidad el precio normal que se pagaba por cada esposa. Amablemente me contestó que hoy día el precio ascendía a once cabezas de ganado por cada chica considerada de clase media, ni demasiado rica ni demasiado pobre. Aunque -precisó rápidamente- cuantas más reses pagues, mejor matrimonio haces. La pregunté si tenía hijas. Me dijo que tenía dos, a las que educaba para que se pudieran casar bien. Esta buena señora era de ideas fijas y ningún otro tema de conversación tuvo éxito en mi corta charla.
Si una mujer no es fértil o muere antes de dar a luz, su padre debe devolver parte de la dote. Si una mujer casada no obedece a su marido, puede ser enviada a su casa y deberá devolver el ganado con el consiguiente disgusto familiar, por lo que estas eventualidades casi no se dan entre los zulúes. Sin embargo, una esposa insatisfecha puede ser causa de graves problemas para el marido en una sociedad en la que la potencia y la fuerza del hombre se dan por garantizadas, de manera que la responsabilidad conyugal del marido debe asegurar que todas sus esposas experimenten orgasmos aunque él no los tenga. Su prestigio como hombre depende de esto.
Cuando nace un niño, los padres recurren a un importante acontecimiento acaecido recientemente en la tribu para darle un nombre. Pregunté los nombres de los preciosos niños, de grandes y expresivos ojos, que había en el poblado. Uno se llamaba “Desempleado”; otro “Rayo”; otro “Tormenta”. Más adelante se les dan también otros nombres, algunos de ellos cristianos.
Medicina y Magia. Sangoma e Inganga
Entre los zulúes, al igual que en otros lugares de África, se encuentran montoncitos de piedra a la entrada de los poblados y del territorio tribal. Los que entran deben coger una pequeña piedra, escupir en ella y tirarla por encima del hombro. Con este gesto se honra a los espíritus locales y se busca la protección para las próximas horas. Solo los ladrones y las gentes con malas intenciones evitan el contacto con los espíritus, por si estos les castigan.
Los zulúes creen que sus vidas están mediatizadas por los espíritus de sus antepasados, por lo que deben realizar sacrificios y ceremonias para honrarles. A los ancestros solo se les ve en sueños y solo el sangoma o brujo tiene poderes especiales para comunicarse con ellos. La gente consulta al sangoma cuando no le salen bien las cosas para ver si algún espíritu está enfadado. Los brujos o adivinos son escogidos, según ellos, por los propios antepasados, que se les rebelan en sueños. Aprenden las técnicas de adivinación de otros maestros. Pueden prevenir desgracias y enfermedades, pueden encontrar objetos perdidos o robados, y adivinar el porvenir valiéndose de huesos secos.. Hay mayor porcentaje de mujeres sangoma que de hombres, y éstos adoptan la vestimenta y pintura femeninas. El hecho de ser los únicos miembros de la tribu habilitados como intermediarios entre esta vida y la otra les da gran influencia. Normalmente actúan en combinación con los médicos de la tribu, especialistas en hierbas y medicinas naturales, -los inganga u “hombres de los árboles”. De esta manera el sangoma y el inganga forman el equipo perfecto que controla el cuerpo y el espíritu.
Los zulúes son muy supersticiosos. Cada rincón de este mundo está habitado por fantasmas, demonios y brujas. También les dan pavor las tormentas y los truenos. Así que los sangoma no dan abasto para proporcionar remedios contra las desgracias, los miedos, las tormentas, etc. Para dar una idea de hasta qué punto está extendida la superstición me comentó el manager del poblado que todos los equipos de futbol sudafricanos (deporte mayoritariamente practicado por negros) -incluida la selección nacional- utilizan , además del entrenador y masajista habituales, un sangoma, al que llevan a todos los partidos. Cuando se celebra un encuentro, el sangoma, mientras canta sus cánticos habituales, entierra un imán detrás de la portería contraria para atraer el balón y ata un candado en la propia portería para asegurar una mejor defensa.
Los europeos, ignorantes de las costumbres zulúes, suelen llamar al inganga brujo. Sin embargo, está más cerca de lo que podríamos considerar un naturalista, herborista o farmacéutico naturista. Habiendo nacido en la zona y estando en constante contacto con la naturaleza, es un perfecto conocedor de todas las plantas y hierbas medicinales. Desde su niñez ha sido adiestrado por su maestro para ir al campo a recoger todas las muestras de hierbas medicinales y raíces, que luego estudia en la choza clasificándolas y aprendiendo su utilización para cada caso. Ésta es una complicada tarea si se tiene en cuenta que hay en la zona más de 1.500 especies de plantas susceptibles de ser usadas con fines curativos. Los zulúes utilizan un término para la medicina en general: “corteza de árbol”, o “noche de luna llena”, ya que el inganga busca la corteza de cierto tipo de árboles durante las noches de luna llena. Muchos árboles contienen substancias medicinales que, conocidas desde tiempos inmemoriales por estos expertos, comienzan ahora a ser estudiadas en laboratorios. Algunos de estos remedios se mezclan y se cocinan con serpientes secas (de conocida efectividad curativa), huesos y otras substancias. Son muy eficaces para la curación de toses, resfriados, dolores estomacales, picaduras de mosquitos o serpientes, etc. Pero además -y aquí es donde está el ingrediente psíquico- sirven como pócimas curativas del mal de amores, desgracias e infortunios.
Aunque estas prácticas se siguen realizando con regularidad en los ambientes rurales negros de Sudáfrica y hoy día se consulta con asiduidad a los médicos -sobre todo en las ciudades-, hay investigaciones realizadas en la Universidad de Durban indicando que aproximadamente un 80% de la población negra de Sudáfrica acude a los curanderos y adivinos tradicionales.
África eterna
Cuando abandoné Shakaland, algunos miembros del poblado salieron hasta la empalizada para despedirme. Había pasado unas jornadas maravillosas en un lugar idílico, con un clima cálido pero soportable, en medio de un paisaje de ensueño con verdes y frondosas colinas a cuyos pies descansa un lago apacible y sereno.
Los zulúes están orgullosos de sus antepasados a quienes veneran, mantienen vivas sus danzas ceremoniales de profundo significado, y tienen un lenguaje muy rico y expresivo con descripciones imaginativas y muchos proverbios. Son amistosos y muy cariñosos, especialmente los niños que, en lugar de huir del forastero, se aproximan sonriendo y jugando.
Quizá su modo de vida carezca de comodidades o de lujos, quizá sus tradiciones puedan parecernos atrasadas u obsoletas, pero, cuando se vuelve al farragoso y complicado mundo de las ciudades industrializadas y nos vemos involucrados en los interminables atascos, o en la urgente necesidad de un fontanero o un electricista, la mente viaja de nuevo a Shakaland donde sus habitantes tienen todo el tiempo del mundo y donde las palabras “stress”, “tensión” o “prisa” no tienen ningún significado.
África es aún el resorte de la vida natural. Es el continente deseado cuyas primeras noticias surgen en la biblioteca casera, donde se aprende a amar los grandes espacios abiertos guiados por la pluma de los grandes escritores- desde Alan Moorhead (“El Nilo azul”) hasta las descripciones africanas de Hemingway o de Karen Blixen (“Memorias de África”) e incluso la poesía descriptiva de Winston Churchill (“Mi viaje africano”)-. Se recuerda a los grandes viajeros que, atravesando peligros sin fin se adentraron hasta las profundidades de la jungla para que Stanley hiciera famosa la frase “Doctor Livinston supongo” cuando encontró al célebre misionero y explorador. África se rememora también a través de las fantásticas películas de Tarzán, que nos presentan una selva idílica de bellos rincones y paisajes insólitos, o de películas tan clásicas como Mogambo o Las minas del rey Salomón.
África es todo esto y mucho más. En el último tramo del mapa africano, en el fin del continente, se encuentra Sudáfrica, el país de las riquezas naturales, el país de la variedad y de la conservación de los ecosistemas, el último vestigio del Arca de Noé. En sus ilimitadas sabanas buscaron refugio millares de ejemplares salvajes huyendo del diluvio de los cazadores y encontraron su hogar en la madre naturaleza.