1. Ostras de las Rocosas (Montana, EE UU)
¿Marisco en Montana? Bueno, no exactamente. También se las conoce como ostras de la pradera, buñuelos de ternero o caviar del vaquero, pero en realidad son testículos de ternero fritos. Son una tradición en los ranchos del Oeste, donde tras la temporada de castrado, en primavera, los testículos de bovino abundan. Aunque pueda que haya que echarle huevos (con perdón) para clavarle el diente a la primera ‘ostra’, una vez se pruebe esta delicia crujiente por fuera y cremosa por dentro, se querrá repetir. Por suerte, se sirven de dos en dos. Quien tenga… estómago para probarlos, puede acudir al Testicle Festival de Clinton, en Montana, donde se sirven bien regadas con cerveza.
2. Chapulines (Oaxaca, México)
Los científicos afirman que los insectos probablemente se convertirán en la principal fuente de proteínas baratas en el futuro. Si es así, en el estado mexicano de Oaxaca se han adelantado a su tiempo. Aquí, unos saltamontes llamados chapulines se comen desde hace tiempo para picar y como relleno en los tacos. Suelen tostarse con sal y chile, lo que les da una textura crujiente y cierta garra. De hecho, si no fuera por las patitas y las antenas, se podría pensar que son palomitas de maíz. Quien no se lo crea, solo tiene que ver los cestos llenos de chapulines en el mercado Juárez, en la ciudad de Oaxaca.
El mercado Juárez de Oaxaca se encuentra entre Flores Magón y la calle 20 de Noviembre.
3. ‘Balut’ (Filipinas)
Esta delicia filipina, consistente en un huevo fertilizado y tiene mejor sabor que aspecto: si se mira el minúsculo embrión de pato rosado, con su pico a medio formar y sus alitas incipientes, puede que se pasen las ganas. Eso sería una lástima, porque el balut es delicioso. Es como un huevo revuelto con trocitos de pollo tierno y un toque de paté. Suele servirse como comida callejera, cocido en su cáscara y aderezado con sal, especias y vinagre. Se casca la parte superior del huevo y se sorbe el caldo, para luego comer la carne y la yema.
Es fácil encontrar puestos ambulantes de balut en los mercados callejeros de Manila.
4. Sopa de serpiente (Hong Kong, China)
Esta delicia de la comida cantonesa, recurso tradicional de una clase obrera en rápida desaparición en Hong Kong, sabe a sopa agridulce normal, con trozos de tofu y setas en lonchas, pero ¿esos trozos de carne? No, no son pollo. La sopa de serpiente, considerada un buen reconstituyente para la sangre, solo se sirve en invierno, y únicamente en un puñado de restaurantes tradicionales que mantienen vivas las serpientes en cajas de madera en el comedor. She Wong Lam, en el barrio de Sheung Wan, cada vez más de moda, es uno de los pocos lugares donde aún se hace y se puede pedir un licor de serpiente para acompañar. ¡Salud!
She Wong Lam está en 13 Hillier St (SheungWan), en la isla de Hong Kong.
5. ‘Casumarzu’ (Cerdeña, Italia)
Para la mayoría, la visión de un alimento cubierto de insectos es un excelente aviso de que hay que tirarlo enseguida. Pero en Cerdeña, cuantos más bichos, mejor para el queso conocido como casumarzu, en el que se usan las larvas de la mosca del queso para potenciar la fermentación. Eso le da un sabor penetrante que no supera el cheddar más curado ni el queso azul más intenso.
Actualmente el estatus legal del casumarzu es dudoso debido a las normativas de la UE. Pregúntese en alguna tienda de quesos sarda.
6. Huevos de niño virgen (Dongyang, China)
Los huevos raros son un elemento recurrente en la cocina china. Hay huevos “seculares” conservados entre ceniza y cal, huevos hervidos en té y huevos de pato en carbón con sal. Pero los más raros son los llamados “huevos de niño virgen” de Dongyang, ciudad de 800 000 habitantes al este de la provincia de Zhejiang. Estos huevos se ponen a hervir en la orina de niños prepubescentes, preferentemente de menos de 10 años, y luego se sirven con todo su aroma a amoniaco. Los lugareños dicen que tienen unas propiedades estupendas para la salud, que previenen el golpe de calor y favorecen la circulación. ¡A probarlos!
Dongyang está a unas 5 h de tren de Shanghái.
7. ‘Lutefisk’ (Minnesota, EE UU)
Los inmigrantes noruegos importaron este plato de pescado macerado al Medio Oeste de EE UU, donde se ha vuelto mucho más popular de lo que lo ha sido nunca en su país de origen. El lutefisk es un pescado blanco más pálido que un noruego en un invierno de Minnesota: se mete en sosa cáustica hasta que queda prácticamente traslúcido y adquiere un olor penetrante que esconde un sabor bastante suave. Lo que da más reparo suele ser su textura gelatinosa. El mejor lugar para probarlo es una cena de lutefisk en alguna de las numerosas iglesias luteranas del estado o en algún refugio de Sons of Norway.
Lutfisk Lover’s Lifeline ofrece una lista actualizada de cenas de lutefisk por el norte del Medio Oeste.
8. Larvas de polilla (Australia)
¿Una oruga tan grande como la mano que segrega un moco amarillento y sabe a huevos revueltos? Vale, seremos raritos (y algo asquerosos), pero los aborígenes australianos llevan comiéndose estos jugosos insectos desde tiempos inmemoriales, y son una excelente fuente de proteínas. Las larvas viven bajo tierra, donde se alimentan de las raíces de los árboles en descomposición. Normalmente son las mujeres y los niños quienes desentierran estas delicias gordas y escurridizas, que generalmente se comen crudas. Como es poco probable encontrar larvas de polilla en el menú de ungastropub de Sídney o un bistro de Melbourne, habrá que probarlas en un circuito bushtucker por el Outback.
En Boshack Outback, una granja a 90 min de Perth, ofrecen circuitos por el Outback que incluyen la degustación de larvas de polilla.
9. Conejillo de Indias (Perú)
Muchos recordarán con cariño los conejillos de Indias que tenían como mascota. ¡Tan suaves y peludos, siempre royendo sus trocitos de madera, y estornudando con las astillas! Monos, ¿no? Pues esos roedores tan adorables, en los Andes, su tierra de origen, acaban en la cazuela. El cuy, como se le conoce en Perú, se come asado, frito y a la parrilla. La gente escoge la parte trasera o delantera, igual que pedirían muslo o pechuga de pollo. Y la comparación es correcta, porque el cuy tiene un sabor muy parecido al pollo. Es más, comer cuy es mucho mejor para el medio ambiente que comer ternera, ya que la cría de conejillos de Indias crea una huella de carbono mucho menor que la de vacas.
En la ciudad peruana de Cuzco está el restaurante Kusikuy (calle Suecia 339). Su nombre significa “conejillo de Indias feliz” en quechua. O quizá no tan feliz…
10. Durián (Singapur)
Cuando se intenta describir esta popularísima fruta del sureste asiático, aparecen palabras tan poco propias de un alimento como “aguarrás”, “calcetines sudados”, “váter” o “cadáver en descomposición”. El durián, del tamaño de una bola de bolera pero con púas, recuerda más bien una maza medieval. Pero su mayor potencial de ataque radica en su olor, tan intenso que está prohibido en el transporte público de Singapur. Hay que abrirlo y extraer su cremosa pulpa amarilla para degustar su sabor, dulce pero extraño, a medio camino entre el helado de vainilla y la cebolla. Digamos que le cuesta hacerse querer.
Muchos singapurenses consideran que Kong Lee Hup Kee Trading, en Pasir Ris, es el mejor puesto de durianes del país.