En recuerdo de esa milagrosa visita de la Madre de Dios, se construyeron tres preciosos Santuarios -uno inmenso y subterráneo-, y se consagró una imagen de la Virgen que se venera en la Cueva de Massabielle y es objeto permanente de devoción de creyentes de todas partes del mundo, que, en gran parte, acuden a las piscinas donde médicos y científicos han considerado sobrenaturales muchas curaciones de personas enfermas.
Los peregrinos ofrecen cirios que duran un año y se encienden por los “feutiers” en hileras de hornacinas metálicas. Dos toneladas de velas se almacenan anualmente en esas hornacinas y en los caños de la alargada fuente donde los peregrinos beben o se auto bendicen.
En el llamado “Bus María” que esperaba a nuestro grupo de periodistas en Huesca, donde llegamos en tren desde Madrid, cruzamos los colosales Pirineos, todavía nevados, y nos entusiasmamos con los paisajes, al tiempo que nos venían a la mente nombres asociados a la épica deportiva, como el del Tourmalet, tantas veces oído, años y años, en las retransmisiones de radio y televisión que se ocupan de la Vuelta Ciclista a Francia.
Al día siguiente, tras el desayuno, pudimos hacer una larga visita a los Santuarios, muy bien dirigida por un guía del Servicio correspondiente, además de conocer las piscinas, oír Misa en español en la Capilla de San José y contemplar, por encima de la larga explanada, sin llegar a subir a la colina en la que se asienta, la Fortaleza, un castillo del que los habitantes de Lourdes se jactan de que no pudo ser conquistada ni por el propio Carlomagno. Mi grupo, por falta de tiempo, ni lo pretendió.
Pero sí ascendimos al Pic del Midi, que, de Lourdes, está, en autobús, a poco más de una hora. Y hubo tiempo bastante para ascender en dos funiculares al espléndido Observatorio Astronómico instalado en su cumbre, aunque parezca también milagroso que haya podido realizarse una obra así y transportar los materiales necesarios hasta 3.000 metros sobre el nivel del mar.
Por si fuera poco, tras el café y la copa, -yo nunca había bebido a tal altura- se realizó una visita al Observatorio y al Museo instalado en la cumbre, incluyendo una simulación que nos permitió creernos en volandas, como ángeles entre las nubes.
De vuelta a Lourdes, pudimos cenar sin prisa y asistir al acto más impresionante que un alma sensible pueda contemplar en su vida: La procesión de las Antorchas, en la inmensa plaza de un conjunto cristiano que, en total, dispone de 52 hectáreas. Al margen de creencias, la larga hilera de peregrinos que, atendiendo las sillas y carritos de inválidos, de impedidos o de ancianos, se mueven por la explanada portando velas protegidas por tulipas, cantando y rezando el Rosario y el Vía Crucis, en múltiples idiomas, resulta un espectáculo conmovedor y obliga, incluso a los menos creyentes, a reflexionar. De hecho, y hay muchas confesiones publicadas por los propios protagonistas, ha sido ocasión de dar un cambio importante en su vida, a bastantes personas.
Al día siguiente nos acercamos al Parc Animalier de Argelés, e hicimos su recorrido a pie. Se trata de un zoológico, digno de ver, con una extensión de 14 hectáreas, donde se reúnen más de cien especies de animales, construido bajo un diseño que les permite vivir al aire libre, sin peligro para los visitantes, y casi a su lado. Regresamos a Lourdes en bicicleta por la llamada Vía Verde que corre a lo largo de río Gaves, y los promotores del viaje nos prepararon un almuerzo de excepción, en el muy apreciado Hotel Paradís, donde la cocina francesa se mostró haciendo honor a su tradicional prestigio.
Todavía quedaba para completar el periplo, regresar en el bus “María” a Huesca, para tomar el AVE. La belleza de esa ruta pirenaica se recibe con un halo de paz que se respira al atravesar el paisaje de grandes montañas con mil formas, prados de color mágico, animales preciosos, lagos y ríos saltarines o embalsados, como el de Lanuza, de cuya construcción fueron rescatados algunos terrenos antes expropiados y hoy han dado paso a un auditorio en el que se celebran Certámenes Internacionales de gran fama, junto al pantano y al conjunto reconstruido de hermosas casas de curiosa factura y coloridos tejados.
En el Col de Pourtalet, en la frontera con España, donde en pasados tiempos iban muchos franceses a adquirir productos españoles más baratos, el bus, paró un rato para tomar una copa y disfrutar de un bellísimo entorno natural. Pocas veces se puede realizar un viaje tan bien organizado y cargado de interés, no sólo desde la emoción religiosa, sino también del disfrute de la naturaleza y de la buena organización.