Situada a orillas del maravilloso e impresionante río Danubio, sigue siendo una de las capitales más desconocidas de Europa, situación que poco a poco está cambiando pues está solo a 60 Km de Viena y, los turistas que visitan la capital de Austria, suelen tomarse dos días en su viaje para visitarla, sorprendiéndose con lo que se encuentran. Porque Bratislava es una ciudad que enamora, por la alegría de sus habitantes, por lo coqueto de su centro histórico, por la tranquilidad que se respira y porque, en la noche, cuando los monumentos se iluminan embelleciendo aún más la ciudad, la música y la contagiosa alegría de habitantes y visitantes inunda las calles. Esta ciudad posee ocho universidades (Matías Corvino fundó la primera en 1467), con 60 mil estudiantes que la mantienen siempre joven y alegre.
Bratislava ofrece una gran variedad de establecimientos donde descansar sobresaliendo el Grand Hotel River Park, que construido combinando cristal, metal y madera le dan una estética muy particular y, por estar situado en una de las orillas de Danubio, permite que, desde las habitaciones, tengas unas vistas espectaculares del mismo. Desayunar o tomar una copa en la terraza frente al maravilloso río es algo impagable e inolvidable.
Desde el hotel podemos pasear hasta la ciudad vieja siguiendo la dirección del río donde algunos barcos amarrados funcionan como hoteles, como restaurantes, barcos con cerveza de elaboración propia, un “barco teatro” y algunos barcos cruceros. El Danubio es un río vivo y son muchas las actividades que se realizan en él y con él como protagonista, destacando el divertido y excitante paseo a bordo de las lanchas rápidas, que elevan tu adrenalina a lo más alto y que te hacen disfrutar como si fueras un adolescente.
Lo primero que divisamos es el vigilante y altivo Castillo de la ciudad que, al estar situado en lo más alto de una de las colinas que rodean Bratislava, es visible desde muchos puntos de la misma. Sufrió incendios, destrucciones y abandono hasta que, en 1953, se restauró al estilo de la reina Maria Teresa para volver a lucir tal y como lo conocemos ahora, aunque conserva, como testigo de historia, una ventana gótica en su fachada barroca. La reina lo habitó en numerosas ocasiones, para cumplir la promesa hecha a la nobleza húngara de pasar más tiempo en Hungría, pues desde 1536 hasta 1782, Bratislava fue capital del Reino Húngaro. Al castillo se accede por la antigua Puerta de Segismundo, las más antigua y bonita, y nos encontramos con un edificio de simetría robusta y con aspecto de fortaleza donde, las cuatro torres de sus vértices, le dan un aspecto de mesa invertida, lo que ha generado, a lo largo de los siglos, la siguiente leyenda: los habitantes del castillo, con cierta frecuencia, se despertaban como si hubieran sido golpeados y se encontraban con los cuadros tirados por los suelos, las vajillas rotas y, en fin, todo desordenado. Para aclarar el misterio, la reina mandó llamar a la bruja del reino quien dijo que el culpable era el “Klingsor”, un gigante brujo transilvano que, en su viaje a su tierra natal de Baviera, se detenía en Bratislava donde, al ver el castillo-mesa, lo giraba para dormir y descansar en él y, por la mañana, lo volvía a girar para ponerlo en la posición inicial. La bruja mandó un mensaje a su “colega” para que dejara tranquilo al castillo y desde entonces nadie más ha vuelto a quejarse. En la actualidad el castillo es sede de algunas de las mejores colecciones del Museo Nacional Eslovaco como la actual “Tesoros de Eslovaquia a lo largo del tiempo”.
Los jardines que lo rodean permiten ver una panorámica preciosa de la ciudad a sus pies, fotografía inexcusable de los turistas. Y, bajo su colina se encuentra un cementerio judío, construido sobre otro del siglo XVII, destruido en su mayoría por la construcción del túnel para el tráfico, que contiene interesantes tumbas de importantes rabinos, destacando la de Chatam Sofer, un prominente rabino del siglo XIX. El historiador y escritor Vladimír Tomcik, asegura que en Europa no hubo una ciudad más tolerante que Bratislava, pues en 1900 contaba en la misma calle con la católica Catedral de San Martín, una sinagoga, la iglesia ortodoxa de San Nicolás, una “yeshivá” ortodoxa (centro de estudios de la Torá y del Talmud) y hasta una capilla musulmana, e incluso antes, en 1609, hubo una misa común de un sacerdote católico, luterano y calvinista.
Para pasear por la ciudad Vieja de Bratislava, puedes tomar uno de los encantadores y tradicionales tranvías y trolebuses que recorren sus calles, mostrándote lo más destacable de la ciudad en diferentes idiomas, incluidos el español o incluso el japonés, lo que da una idea del esfuerzo que se está haciendo en lo que a turismo se refiere, o puedes recorrerla de la mano del magnífico guía Jozef Steis que adornará sus explicaciones con leyendas y curiosidades que he recogido en este artículo. ¡Gracias Jozef!.
Comenzamos nuestra visita a la ciudad viaje o “La Store Mesto”, deteniéndonos en la gótica Catedral de San Martin. Es algo complicado acceder a ella por estar tan cerca de la carretera, pero no hay que dejar de visitarla porque es uno de los más importantes monumentos de Eslovaquia. Del siglo XVI, en ella se llegaron a celebrar 19 coronaciones, que son recordadas por la maqueta de la corona de San Esteban situada en el espigón de la torre. Estas ceremonias eran brillantes y contaban con un estricto protocolo y con interminables fiestas rememoradas por las pequeñas coronas de latón, encajadas en los adoquines de la zona peatonal y por el Festival de Coronación que se celebra el último sábado de junio. En su interior, una preciosa bóveda de crucería y vidrieras policromadas vienesas de segunda mitad del siglo XIX. En esta Catedral, en 1834 resonó el “Réquiem” de Mozart, al año siguiente la “Misa Solemne” de Beethoven, quien compuso para Bratislava la cantata “Canción del sacrificio” y, me sorprendió saber que, su famosa “Sonata Claro de Luna “, fue compuesta en Eslovaquia. También Franz Liszt tuvo una estrecha relación con la ciudad y se le atribuye la frase “en Bratislava se decidió mi destino”, además en la Catedral de San Martín dirigió su “Misa de Coronación”. Es indudable la relación de esta ciudad con la música y su importancia; Hummel, famoso virtuosos del piano en la época de la transición del clasicismo al romanticismo, nació en Bratislava.
Desde la Catedral nos dirigimos al boulevard “Hviezdoslavovo Namesti”, donde coexisten algunos palacios señoriales con pequeñas tiendas, restaurantes, heladerías o puestos de “souvenirs”. Entre los árboles, nos sorprende una escultura de Hans Christian Andersen, rodeado de alguno de los personajes de sus cuentos como “El caracol”, “El soldadito de plomo” o “El emperador desnudo”. El escritor visito la ciudad en 1841 y, a petición de sus habitantes de que les contara un cuento, respondió: “Me piden que les cuente un cuento ¿para qué? Si vuestra ciudad es un cuento”. Incluso se dice que, tanto “El patito feo” como “La pequeña cerillera”, fueron cuentos inspirados en esta ciudad.
Una fuente rinde homenaje al poeta eslovaco Pavol Országh-Hviezdoslav, uno de los líderes de la literatura eslovaca de finales del siglo XIX y llegamos al Teatro Nacional Eslovaco, de 1886, que tiene una fachada neo-renacentista decorada con los bustos de famosos dramaturgos y compositores. Y, frente al mismo, una fuente de bronce y mármol de 1888, que simboliza a la joven troyana Ganímedes volando sobre Zeus convertido en águila y, en la parte central, los animales típicos del Danubio de entonces, como las langostas, las ranas o las tortugas…
A un lado del teatro, se encuentra el edificio Reduta, construido a principios del siglo XX en el lugar donde existía un antiguo granero barroco del siglo XVIII, donde conviven la Filarmónica Eslovaca, un elegante restaurante y el mayor casino de la ciudad.
El Hotel Carlton, del que yo desconocía su origen eslavo, pues su nombre está formado por los de Carl y Tonka Palugyay, una adinerada familia que producía vino espumoso, tipo champagne, muy apreciado en el país, surgió de la combinación de tres edificios y, durante varias décadas, fue uno de los mejores hoteles europeos. En su interior, el Café Savoy, era el punto de encuentro preferido por los literatos, estudiantes, profesionales…. En su libro de visitas se registraron personalidades de la talle Thomas Édison, Alfred Nobel o Theodore Roosevelt. El menú de su carta ofrece una cuidada selección de platos de verduras de temporada, pescado de agua dulce o carne de producción local de gran calidad y con una presentación muy cuidada. Frente a él, la “Fuente danzante” señala la hora con sonidos y luces.
Es sorprendente la cantidad de esculturas que adornan la ciudad, alrededor de 150 estatuas y, entre las más conocidas en la esquina de las calles “Rybarska” y “Panska”, la estatua de "Cumil", uno de los iconos de Bratislava; un trabajador que se asoma por encima de la alcantarilla para ver lo que pasa y que posee su propia señal de tráfico advirtiendo de su presencia. Y, solo unos pasos más adelante, la escultura de “Schoner Naci”, inspirado en un personaje histórico real de principios del Siglo XX, Ignác Lamár, del que la leyenda dice que su mujer lo abandonó antes de la boda por lo que enloqueció y, desde entonces, paseaba por las calles, siempre muy elegantemente vestido con sombrero de copa y frac ,aunque era un hombre pobre. La tradición dice que si te colocas bajo su sombrero volverás a la ciudad.
Llegamos a la antigua Plaza del Mercado, “Hlavne Namestie”, el ágora de Bratislava y la plaza más hermosa de la ciudad. Presidida por la Fuente de Maximiliano II, de estilo renacentista con la imagen de Roland, un caballero defensor de los derechos de los habitantes de la ciudad, en lo más alto. Su esposa fue la española María de Austria, quien fue coronada en la Catedral de San Martin en 1563. De noche se ilumina con colores que van cambiando y es el lugar de encuentro de los jóvenes. La plaza está rodeada de edificios con fachadas en tono pastel y, en un lateral, se encuentra la Embajada de Francia y, frente a ella, otra
interesante escultura, la de un soldado de Napoleón, de tamaño natural, que yo creí que era el mismísimo emperador, apoyando sus brazos en un banco en el que los visitantes, tras guardar cola, no dudan en hacerse una foto de recuerdo. Dice la leyenda, que se trata de Johann Evangelist Hubert, un soldado herido que se enamoró de una enfermera local llamada Paulina, quedándose a vivir con su amada. Durante el invierno la escultura se guarda en un depósito para prevenir su deterioro, ¡suerte que visité la ciudad en primavera!
Pero el edificio más bonito sin duda es el Ayuntamiento Viejo, aunque realmente no es uno, sino un conjunto de varios edificios, de diferentes estilos arquitectónicos que se empezaron a construir a mediados del Siglo XV. Desde su torre de estilo barroco, se pueden contemplar preciosas vistas de la Ciudad Vieja. Su antiguo patio fue recubierto por una arcada renacentista y hoy en día es la sede del Museo de la Ciudad, dentro del cual está una “exposición de torturas” que contiene elementos para realizarlas, así como dibujos etc, que ponen la piel de gallina. Es normal encontrar en el patio repleto de gente y actividades de lo más variopinta, escolares trabajando al aire libre, grupos teatrales callejeros, magos…que hacen las delicias de todos los asistentes.
Contiguo al Ayuntamiento, se alza el impresionante Palacio del Primado, considerado una de las joyas del neoclasicismo en Eslovaquia. Este edificio construido durante el siglo XVIII, tiñe un sorprendente color rosa y su fachada está decorada con esculturas que representan las virtudes, aunque lo más llamativo es el Blasón del arzobispo Batthyanyi coronado por un gran “birrete” (sombrero cardenalicio) de 150 kilos. En 1903, el arzobispado vendió el palacio a la ciudad y en él se encontraron 6 piezas de tapicería inglesa del siglo XVII que, al haber estado ocultas tras el recubrimiento de las paredes, en la chimenea, preservaron sus maravillosos colores originales. Los tapices representan el trágico amor de “Hera y Leandro”, lo cual explica que estuvieran escondidas, pues no era un tema en absoluto religioso o tal vez fuera para esconderlos de Napoleón. En su Salón de los Espejos se firmó, en 1805, el Tratado de Paz de Presburgo entre Napoleón y Francisco I, tras la batalla de Austerlitz, que terminó con la victoria de las tropas francesas y, en conmemoración a esa victoria, se puso su nombre a una calle en Paris, la “Rue Presburgo”. Los franceses no permiten nunca que olvidemos sus victorias.
Y en este mismo salón fue donde Bratislava Ludmila Farkasovska, Vice Mayor for International Relations of Bratislava City, recibió la “Pomme D´or” o “Golden Apple“, el premio concedido por la Federación Mundial de Periodistas y Escritores de Turismo, FIJET, para recompensar los esfuerzos realizados por la ciudad para elevar el nivel del Turismo.
A Bratislava le fue otorgado el título de “Ciudad de la Paz” por el Consejo Mundial de la Paz, pues en ella se firmaron tres tratados de paz y tres armisticios. En su patio se erige la estatua de San Jorge, uno de los seis patrones de la ciudad.
Las calles que salen de la plaza están repletas de edificios renacentistas y barrocos donde, en muchos casos, sus acogedores patios se han transformado en curiosas tabernas, tiendas o elegantes restaurantes. En el boulevard, frente a la Academia Metropolitana, la primera universidad del actual territorio eslovaco, se encuentra el Palacio Palffy, donde Mozart interpreto un concierto para la Emperatriz Maria Teresa y, al final, llegamos a la Puerta de San Miguel, la única que se conserva de las antiguas cuatro que tenía la muralla medieval. A la puerta-torre originaria del siglo XIV de planta cuadrada, se le añadió posteriormente un cuerpo octogonal y está rematada por la estatua del santo que le da el nombre. Bajo la misma, un disco marca el km0 de Bratislava, con las direcciones y distancias de las capitales de varios países, 1800 km hasta Madrid. Si la atravesamos, un pequeño puente del siglo XVIII, flanqueado por las estatuas de San Miguel y San Juan, nos da acceso a la parte nueva de la ciudad.
Alejado de la parte vieja de la ciudad, pero no demasiado porque las distancias aquí son cortas, se encuentra una joya del “art noveau”, La Iglesia de Santa Isabel, llamada iglesia azul por el color de sus muros, tejas y fachada donde, un mosaico italiano representa un milagro de la santa, cuyas reliquias se custodian en el interior. Otro edificio al que debemos acercarnos es la Iglesia y Monasterio de los Franciscanos, el edificio religioso más antiguo de la ciudad con una bella y sencilla fachada pero que en su interior barroco conserva la bóveda de crucería medieval sobre el presbiterio.
No puede uno conocer Bratislava sin visitar, aunque un poco alejado de la ciudad, el Castillo de Devin. Erigido en lo alto de una peña, es impresionante contemplar la “mágica” confluencia de los ríos Danubio y Moravia, fronteras natrales de Austria y Eslovaquia. Monumento Nacional, es un auténtico museo al aire libre y uno de los lugares arqueológicos más significativos de Eslovaquia. En 1809, los soldados de Napoleón lo destruyeron pero, dada su importancia estratégica, durante el tiempo del Telón de Acero, tras la Segunda Guerra Mundial, su frontera natural pasó a ser una frontera política de opresión y libertad. En la búsqueda de la segunda, 400 personas perdieron la vida asesinadas. Para recordarlo ser erige, junto al rio, un Monumento inaugurado por Isabel II, en 2005, que en su sencillez impresiona y te deja sin palabras.
Dicen que Julio Verne quedo tan maravillado del paisaje y del entorno que rodea el castillo que su novela “El Castillo en los Cárpatos”, aunque ubicada en Transilvania, describe el castillo de Devin.
Bratislava nos sorprenderá también por su gastronomía que, aunque influenciada por la cocina austriaca, húngara y checa, tiene su propio sello de identidad: Sopas que se sirven en el hueco de una hogaza de pan previamente vaciado, el Bryndzové halusky (ñoquis de patatas con queso de oveja y bacón frito por encima), el Pirohy (pasta rellena de queso de oveja Bryndza) o pescados como trucha o carpa. Todo regado con magníficos vinos eslovacos cuya calidad cada vez es más apreciada y reconocida. Fue la reina Maria Teresa la que en parte impulso la tradición vinícola pues le encantaba el peculiar sabor de los frutos del bosque de algunos vinos eslovacos, y, no podemos olvidar el vino espumoso J.E. Hubert, uno de los más antiguos fuera de Francia. (Aún es posible comprar una botella de esta marca).
El rio Danubio atraviesa Bratislava dividiéndola en dos partes con 5 puentes que las unen. El Puente SNP, el Levantamiento Nacional Eslovaco, es el más grande. Construido en 1972, es un puente flotante que cuelga de cables de acero sin apoyo en el lecho del rio y, en 2001, fue declarado la construcción del siglo en Eslovaquia. En sus pilares inclinados se encuentran un ascensor y una escalera para acceder a 85 metros al restaurante UFO, ( Ovni, por la forma del mismo). Este restaurante combina la cocina mediterránea y asiática junto con la autóctona de una manera exquisita y ofrece unas maravillosas y únicas vistas de la ciudad. La torre Ufo pertenece a la Federación Mundial de Grandes Torres junto con la torre Eiffel y el Empire State Building. Como curiosidad la “estatua del paparazzi, que antiguamente se encontraba en la calle Laurinská, se encuentra ahora en la barra de este restaurante al acecho de la foto de los famosos comensales.
La modernidad también se refleja en los edificios de la ciudad: la Sede de la Radio Eslovaca en forma de pirámide invertida, la torre de televisión Kamzik Tv Tower con un plataforma de observación y un restaurante giratorio, el “Altitude” o el X-Bionic Sphere, una sorprendente combinación de hotel y centro de alto rendimiento “universo del deporte, ocio e innovación “ situado en la ciudad de Samorín, a unos 25km fuera de la ciudad, o el increíble Museo de Arte Moderno, situado en una península del Danubio, pero dentro de la ciudad, que han trasformado el paisaje urbano tradicional.
Esta ciudad ofrece actividades de todo tipo y la oferta cultural es enorme. En el nuevo y moderno Teatro Nacional Eslovaco, los eventos programados son muy interesantes. Tuve oportunidad de asistir a la presentación de la ópera “La bóheme” que, con una puesta en escena brillante y original, me emocionó del tal modo que, al llegar al “duo” entre Rodolfo y Mimí “moribunda”, me convertí en un mar de lágrimas, ante el asombro de mis vecinos de butacas, me convertí en un mar de lágrimas, ante el asombro de mis vecinos de butacas, Mike y Miguel Ángel.
Quiero agradecer a Fijet Eslovaquia, en particular a Ludmila Novaka, presidenta de Fijet Eslovaquia, y a Nina Erneker y Jana Micekova (BRATISLAVA TOURIST BOARD), la invitación a conocer esta ciudad que, haciendo mías las acertadas palabras de Hans Christian Andersen es, sin duda, “una ciudad de cuento.”