En un mundo actual, en el que se dice estamos civilizados, no se puede entender esta afirmación del amigo Pastor.
Para entenderlo tenemos que llegar a la realidad que vivimos cada día donde la persona a quien se le supone preparada se le ha olvidado los principios de la honestidad y la honradez ¿Qué es eso? Seguramente será su respuesta si le preguntáramos por ello. Está claro que para nosotros – esos jubilados en continuo aprendizaje – la pregunta la tenemos más que contestada: no saben lo que es eso.
Los principios de Rotary Internacional que dicen: “La buena fe como norma en los negocios y en las profesiones, el aprecio a toda ocupación útil y la dignificación de la propia en servicio de la sociedad… la aplicación del ideal de servicio….la inteligencia la buena voluntad y la paz…” ¿Sabrán estos personajes de lo que estamos tratando?
Estamos inmersos en una vorágine de corrupción que alcanza límites inconmensurables. Ya no vale para nada la experiencia y el conocimiento frente al amiguismo y la avaricia. Cualquiera puede tener la mejor preparación profesional del mundo para un puesto de trabajo, que no lo alcanzará porque un amigo del que dispone de el, será la opción prioritaria para ocuparlo. No vale para nada ni el conocimiento ni la profesionalidad. Lo que vale es la familiaridad - el “tarjetazo” en Perú - y la amistad.
Así estamos viendo ir a la ruina, desde grandes empresas, hasta las mas connotadas naciones del mundo, donde hasta un presidente – sin hacer falta nombrarlo – elegido “democráticamente”, se inventa un cargo de “asesor” para enchufar a su hermano, o para darle empleo remunerado a su propia esposa. No hablamos de casos inconcretos. Tenemos la hemeroteca para comprobarlo.
En este escenario vemos diluirse países enteros ante la amenaza de la pandemia del covid-19, con dirigentes políticos – que son los que hay, ni empresariales, ni sociales, sólo políticos y su cuadrilla de adocenados – que actúan de forma desordenada – por llamarlo de una forma benévola – y llevan al caos mas profundo desconocido hasta ahora, a grandes naciones, a poderosas empresas, y a un componente social que nunca mas verá la “era del bienestar” de la que disfruto hasta ahora.
¿Pesimistas? No, realistas. Las empresas destruidas y los empleos que generaban ya no se pueden recuperar. Habrá que comenzar de nuevo, en un mundo muy distinto al que existía hace 50 años. Hoy la tecnología nos invade, y esa que nos proporcionó las 35 horas de trabajo semanales, y las vacaciones pagadas, etc. etc. etc., para que viviéramos mejor y disfrutáramos de la vida, está acabada. Destruida por esos dirigentes políticos que señalamos, rodeados de una caterva de “asesores” y “especialistas”, que lo único que saben es contar los “riales” – hablado en venezolano – que se meten en el bolsillo, y comentar lo que publican las revista del corazón, o los partidos de béisbol o de fútbol. Es lo que tenemos, nos guste, o no nos guste. Es el mundo de hoy.
La situación irreversible en la que se encuentra el mundo, a la cual nos ha llevado la ignorancia, la falta de inteligencia y de capacidad de gestión de sus dirigentes, necesita urgentemente un cambio profundo de fuerte calado que acabe con ese panorama que aquí comentamos.
La educación, en todo su amplio sentido, se hace más que necesaria. Hay que llegar hasta un cambio profundo que valorice la experiencia y el conocimiento profesional.
No podemos dejarnos presionar ni engañar, con unos “currículos académicos” llenos de rayitas que no se sabe bien de donde salieron o si fueron inventados. Hay que valorar los currículos profesionales por las obras que señalen y las pruebas que aportan.
Hechos son amores y buenas razones.
Cambiar los sistemas, las formas y los vicios que nos han llevado a la catástrofe actual, es el reto. No parece que estemos en ese camino, pero los que sabemos por nuestros años de servicio a la comunidad mundial – de la mas humilde forma que nos han dejado hacerlo – tenemos la obligación de persistir, instar, presionar, en el intento de transformar el mundo en aquello idílica realidad con la que soñábamos – seguro que era un sueño utópico – en la mítica Universidad para la Paz, allá, en los confines del país que emplea sus recursos que otros destinan a las armas de guerra, en invertirlos en educación. Naturalmente nos referimos a Costa Rica, el país que no tiene ejército. Un inolvidable recuerdo matizado con la presencia de personajes cuyas limpias brillantes ideas hacían de aquel memorable complejo, toda una esperanza de un mundo mejor, pero que, como maldición bíblica, también le llegaría el ramalazo de la corrupción y la mala e ignorante aprovechada gestión.
La frase esa de Antonio Pastor Abreu de “jubilados en continuo aprendizaje”, creemos que lo dice todo. Se está refiriendo a los que, lejos de la vorágine del día a día tras un puesto de trabajo para poder subsistir; hoy observan el devenir del mundo desde la óptica del conocimiento y la experiencia, e intentan aportar con ello lo mejor de sus ideas que - como en el caso que él comenta sucedió ahora en las Islas Canarias - dan fe de la existencia de algunos que seguimos soñando con aportar a la sociedad mundial los mejores conocimientos y experiencias, decimos, para conseguir ese mundo mejor que todo deseamos alcanzar, y que algunos creíamos teníamos tan cerca, destruido “in misericorde” por la mas miserable injusticia.