Con ella se quiere «conmemorar el «desembarco de los cubanos» que desde el siglo pasado se venía manifestando como una suerte de rito social en el muelle durante el carnaval. En este desfile, tan del gusto barroco decadente, se ironizaba, ridiculizándola por exageración caricaturesca, la figura del nuevo rico, el indiano de éxito que, sin instrucción ni abolengo, encuentra su Potosí en una América que tarde o temprano lo devuelve a sus orígenes».
Durante la jornada, todo en la ciudad recuerda este retorno humano que aportó no pocos elementos americanos a la cultura insular; entre ellos, la indumentaria, en la que destaca como complemento del vestuario masculino el sombrero panameño y las sombrillas de encaje en el femenino. En cuanto al color, parece indiscutible el predominio del blanco
y los tonos crema. Y, como no hay fiesta sin música, no podían estar ausentes en la herencia cubana en La Palma los ritmos y letras del quehacer musical caribeño: el son (melodía de origen afrocubano difundida a principios del siglo XX por el Trío Matamoros), la guajira (canción campesina de exaltación a la naturaleza), la guaracha (con temas humorísticos y de crítica social), el bolero son (que aborda historias de corte romántico), el guaguancó (vinculado a la santería y religiosidad de los africanos en Cuba) o la conga (tan frecuente en el cierre de los espectáculos musicales y parrandas de cantadores).
El Lunes de Carnaval amanece de blanco en Santa Cruz de La Palma, feliz metáfora que sintetiza el poder de la risa, el devaneo migratorio y el solar mismo de la memoria histórica. Funcionarios, comerciantes, directores de banca, empresarios y ciudadanos de a pie cuidan hasta el más mínimo detalle de su vestuario, trasladando a este extremo atlántico la vieja Habana. El itinerario festivo comienza a media mañana con «La Espera», una concentración de «indianos» en el atrio de las Casas Consistoriales. Mezcladas con el sabor de la sangría y los mojitos que reparte la Concejalía de Fiestas del Ayuntamiento, se dan cita varias parrandas de cantadores que reviven por un día las más variadas melodías procedentes de la América hispánica, con mayor protagonismo de los ritmos cubanos. A media tarde, un interminable desfile de «indianos» simula su retorno de América, portando los elementos más característicos de su paso por las Indias Occidentales: baúles, jaulas con loros, cajas de puros habanos, maletas, «velillos» (los más modestos) y los más acaudalados una corte de esclavos criollos de raza negra. El desfile se ve desde el principio movido además por una batalla de polvos de talco, que se sumerge en las calles. La comitiva parte del Servicio Náutico (en la avenida de Los Indianos), entran en la calle O'Daly y continúan por Pérez de Brito hasta llegar a la plaza de La Alameda, en la que un gran festival de música tradicional cubana, conocido como «Verbena del Desembarco», ameniza la noche hasta bien entrada la madrugada del Martes de Carnaval.