Durante este período de tiempo la ciudad se transforma para recibir, con los brazos abiertos, a la mejor de las fiestas, al Carnaval de carnavales. Concursos de comparsas, murgas, rondallas, agrupaciones musicales y lírico coreográficas; elecciones de Reina Adulta, Infantil y de la Tercera Edad; cabalgata anunciadora, exhibiciones pirotécnicas, multitudinarios bailes con grandes orquestas y espectáculos en los distintos escenarios de la ciudad son los principales actos festivos de un Carnaval en el que destaca la masiva participación popular.
El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el más veterano y espectacular de todo el territorio nacional y uno de los más destacados del mundo, lo que le ha valido la declaración de Fiesta de Interés Turístico Internacional. Santa Cruz se abre a la estruendosa llegada del Carnaval más seguro y participativo del mundo.
El pueblo toma literalmente las calles de Santa Cruz. Cientos de miles de personas comienzan a disfrutar de la fiesta. Las agrupaciones carnavaleras actúan aquí y allá. Día tras día, durante diez jornadas no paran los bailes en los escenarios instalados para que las mejores orquestas y artistas de talla internacional mantengan el ambiente caliente hasta bien entrada la madrugada. En Tenerife se dan cita los más conocidos intérpretes de música latina.
Desde aquí han dado el salto profesional a Europa artistas de la talla de Manny Manuel, Carlos Baute y recordadas orquestas como los Billo's Caracas Boys que acompañaron a la recordada Celia Cruz en la consecución del Record Guinness durante el Carnaval del año 1987: Doscientas cincuenta mil personas bailando la misma canción al aire libre, en la plaza de España, enclave del escenario principal de nuestro Carnaval.
Los bailes se suceden y los santacruceros se mezclan con la gran cantidad de admiradores del carnaval que cada año regresan a Santa Cruz para disfrutar de estas fiestas. Una cara pintada o la sutil máscara da paso a la extraordinaria muestra de los más bellos trajes. La tradicional mascarita de nuestro Carnaval enamora al visitante y deja atrás tabúes e inhibiciones de otros tiempos para poder disfrutar plenamente de la fiesta. La alegría desbordante invade Santa Cruz durante estos días y el tiempo pasa deprisa para los que más disfrutan, sobretodo para los santacruceros, que son el alma de la fiesta. Verdaderos artífices del Carnaval, son las miles las personas que trabajan durante todo el año, ensayando, preparando sus disfraces, en definitiva colaborando para que cada edición de su fiesta salga lo mejor posible y que podamos sentirnos orgullosos de nuestra celebración más internacional.
El Carnaval de Santa Cruz tiene una amplia historia que está ahí, en los papeles, en las prohibiciones, en la nostalgia de muchos, en la crónica. No hay que olvidar que desde su fundación en 1497 y hasta bien entrado el siglo XVIII, Santa Cruz fue sólo un pequeño puerto próximo a La Laguna, capital de la isla.
Si analizamos las cifras de población, podemos apreciar como únicamente a partir de fines del siglo XVIII, comienza a registrar Santa Cruz cierto "empaque" urbano. Es precisamente en el setecientos, cuando el puerto desbanca a sus competidores y se convierte en el más importante del Archipiélago, y el de mayor tráfico. La actividad portuaria impulsa el desarrollo urbano y la creación de cargos municipales representativos.
A partir del 28 de agosto de 1803, obtiene el título de Villa, y se constituye en ayuntamiento independiente.
Santa Cruz inicia de una manera clara su expansión en todos los órdenes, que la llevarán a convertirse en el emporio económico del Archipiélago. Con el desarrollo portuario aparece en el lugar una burguesía, ligada a la actividad comercial.
A lo largo de esta centuria se alternan períodos de prohibición con otros de libertad en el Carnaval. Sin embargo, aún en estos últimos, fueron muy frecuentes las limitaciones a la "alegría" carnavalesca. Si esto ocurrió así, podemos imaginar cual sería la situación en las etapas de prohibición.
En Santa Cruz, al igual que en otras poblaciones habría que hacer una distinción en el tipo de Carnaval, según se tratase del pueblo llano, o de los grupos sociales acomodados. Las familias más pudientes acostumbraban a celebrar bailes y fiestas en sus domicilios particulares.
Las personas que organizaban estos bailes pertenecían por lo general al elemento selecto de la sociedad santacrucera.
Se convidaban a viajeros de importancia que se encontraban de paso, así como a personas procedentes de otros lugares de la isla. La brillantez de estas fiestas, en las que las familias pudientes de Santa Cruz hacían gala de su buen gusto, quedaba ensombrecida por pequeños inconvenientes. La celebración del Carnaval por las capas populares de la población, difería en alguna medida de los que acabamos de señalar. No eran unos festejos tan elegantes, pero al carecer del "encorsetamiento" que imponía la etiqueta, presentaban ese carácter bullicioso, propiamente carnavalesco. Este ambiente festivo atraía con frecuencia a miembros de la "buena sociedad". Las autoridades no aprobaban estas diversiones populares. En la segunda mitad del siglo XVIII fueron frecuentes las disposiciones restrictivas de corregidores y alcaldes reales. Las prohibiciones iban destinadas a cualquier tipo de expresión carnavalesca. Cuando la autoridad mostraba el menor viso de tolerancia, los excesos de algunos obligaba a mantener la prohibición. La autoridad era consciente que la falta de celo afectaba solamente "a cierto número de individuos", por lo general el resto de la población "se conduce de un modo correspondiente a su educación y carácter". Como en Santa Cruz las prohibiciones eran frecuentes y desataban no pocas controversias, parece explicable la contrariedad que provocaría en el pueblo la supresión de las mascaradas "por faltar esta causa de diversión en un pueblo tan escaso de ellas". Uno de los elementos más característicos del Carnaval es la del hombre que se disfraza de mujer, o viceversa. Este hecho siempre fue condenado por la iglesia, ya que se consideraba como pecado contra el sexto mandamiento. Los inicios del siglo XIX representan para Santa Cruz la obtención de la independencia municipal (1803), con el título de Villa. Pocos años después, en 1822, por Real Decreto de 27 de enero se provincia, o lo que es lo mismo, del Archipiélago. Los Carnavales en la primera mitad del siglo XIX, no diferían mucho de las celebraciones en décadas precedentes. El baile fue tradicionalmente, al menos hasta que comenzaron a aparecer nuevos tipos de divertimentos, coso, exhibiciones artísticas, concursos, etc., la máxima expresión del Carnaval santacrucero.
Indudablemente los bailes no eran exclusivos de esta celebración, pero, las máscaras y disfraces les daban un tono diferente.
A fines del siglo XVIII y en los primeros años del XIX, adquirió un gran desarrollo la costumbre de "las tapadas". Se trataba, por lo general, de damas pertenecientes a la "buena sociedad" que cubriéndose el rostro con máscaras se mezclaban con la gente en el Carnaval. Por estos años también se acostumbraba formar grupos de máscaras con un tema determinado en la concepción de sus disfraces. Estas "comparsas" frecuentaban en los días de Carnaval las casas en las que se celebraba algún baile, donde llevaban a cabo alguna representación. En los Carnavales de 1807 recorrieron Santa Cruz varias comparsas de máscaras, que realizaban danzas y representaciones. Era normal dejar las puertas de las casas abiertas para que entrasen amigos, conocidos, grupos de máscaras, etc. Esta costumbre perduró hasta bien entrado el siglo. Al no disponer de centro de reunión adecuado, la inmensa mayoría del pueblo de Santa Cruz celebraba estas fiestas en las tabernas, o en las calles. En cualquier plaza o esquina, se reunían grupos de personas para cantar y bailar los aires de la tierra. Existen dos testimonios, que presentan una visión bastante exacta del Carnaval chicharrero en esta etapa. En primer lugar una poesía de Ricardo Murphy y Meade, titulada, "Una noche de máscaras" (entre 1832-1840). El tema de la misma, que tendría vigencia en la actualidad explica lo sencillo que resulta enmascararse y divertirse en días de Carnaval. En segundo lugar, la breve descripción que hizo Sabino Berthelot de una noche de Carnaval del siglo XIX. Tal descripción no es muy extensa, pero el tratamiento que el autor da al tema, hace de ella una de las páginas más completas que sobre el antiguo Carnaval santacrucero se han escrito. En pocas líneas hace referencia a los capítulos más destacados de estas celebraciones: la fiesta del Gobernador Militar en el Castillo Principal; la animación en las calles donde se improvisaban bailes, al son de las parrandas; la presencia de máscaras y comparsas, y la representación de pantomimas y breves piezas dramáticas por grupos de aficionados.
A partir de 1848 podemos disponer de la información que proporcionan los periódicos locales, al menos en lo que al Carnaval se refiere. Un año antes se había proyectado la construcción de un Teatro Municipal. Inaugurándose a comienzos de 1851. A partir de este momento los bailes de Carnaval que se celebren en el Teatro constituirá uno de los números más destacados de la fiesta.
También por estos años tiene lugar la creación del Casino de Santa Cruz, cuyos bailes en Carnaval llenarán toda una época.
Los primeros bailes de Carnaval que se celebraron en el Teatro municipal tuvieron lugar en 1851. Bien entrado el siglo XIX todavía pesaban sobre el Carnaval toda clase de prohibiciones. La intervención en la fiesta de la autoridad dependía, en la mayoría de los casos, de las opciones individuales de los que detentaban el poder. Lo que se toleraba un año, al siguiente estaba tajantemente prohibido; este hecho ocasionaba constantes conflictos entre los gobernadores militares y el poder municipal. A partir de 1852, las fiestas de Carnaval al igual que toda la vida local, dispondrán de un ordenamiento por el que habrán de regirse.
Podemos afirmar que a partir de 1852 y hasta 1936 el Carnaval de Santa Cruz se celebrará sin trabas legales.
En 1908 los Carnavales de Santa Cruz atraen a multitud de personas, no sólo de la isla sino también de otros lugares. Es un hecho evidente que los carnavales constituyen un foco de atracción turística, con todas las ventajas que ello reporta a la población. Con motivo de los carnavales de 1910, conviene recordar que fue cuando se iniciaron los cosos y concursos. La presencia de extranjeros en la capital comenzó a incrementarse a finales del siglo XIX. Por estos años sólo habían en Santa Cruz algunos hoteles, casi todos dirigidos por extranjeros: hoteles Camacho, Internacional, Británico (o Bettemberg) inaugurado en 1902 y Quisisana, que inició su andadura dos años después. Los carnavales de 1936 fueron los últimos que tuvieron lugar hasta el gran paréntesis de los años cuarenta y cincuenta. La nota distintiva de los mismos fueron los días de zozobra e intranquilidad que los precedieron, quizás como una premonición del grave conflicto que se gestaba. Hacía sólo unos días que habían muerto en un enfrentamiento un obrero y dos guardias de asalto, cuando se celebraron las elecciones generales el 16 de febrero de 1936, que dieron el triunfo al Frente Popular. La celebración de las mismas una semana antes de que se iniciasen los festejos, condicionó totalmente su desarrollo. Ya se había llevado a cabo, el ocho de febrero, la elección de "Miss Carnaval 1936" en el "Círculo de la Amistad XII de Enero". Para el jueves día veinte, dos días antes de que la cabalgata anunciadora recorriese las calles de Santa Cruz, estaba convocada una huelga general, lo que motivó ese mismo día la declaración del Estado de Guerra en la provincia por las autoridades militares. A tal fin, aparecen ese día en la prensa, junto a los anuncios de bailes de máscaras una serie de disposiciones oficiales, que presentan una lista de actos, considerados como atentatorios contra el orden público, por lo tanto merecedores de sanción; entre ellos se encuentran la huelga y los que perturben el normal desarrollo de los servicios públicos y el abastecimiento de las poblaciones. El dieciocho de julio de 1936 se produce una sublevación militar contra el Gobierno de la República, y con ello estalla la Guerra Civil.
La única manifestación de tipo carnavalesco que podía llevarse a cabo, pese a la prohibición, eran los bailes en las sociedades. Cualquier intento de sacar fuera de estos recintos el espíritu de la fiesta, era inmediatamente coartado por las fuerzas de orden público.
Si bien a comienzos de los cuarenta las medidas restrictivas eran celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta. Se permitían ciertos actos que se desarrollasen en locales cerrados, y el mejor ejemplo de ellos eran los bailes de las entidades recreativas. Semejante coyuntura propició que en 1950, a mediados de febrero, recorriesen las calles de Santa Cruz numerosos grupos de máscaras, hecho insólito desde 1936. A este suceso contribuyeron los rumores, que desde semanas antes corrían sobre la posibilidad de que este año fuesen autorizados oficialmente los carnavales. No se esperó al comunicado oficial, e improvisaron unos "minúsculos" carnavales.
Numerosas sociedades organizan bailes de "máscaras y antifaz". Los tres años que siguieron a este "brote carnavalesco" conoció Santa Cruz unas fiestas relativamente animadas, que hacían recordar, en parte, a las del "viejo Carnaval". En efecto, aunque todavía no se había levantado la prohibición que pesaba sobre los carnavales, la tolerancia que mostraban las autoridades, llevó a pensar a muchos que estaban permitidos de hecho.
Durante 1951,1952 y 1953 numerosas entidades continuaron celebrando bailes de Carnaval. La ciudad demandaba ya unas fiestas organizadas, y por fin, en comportamiento cívico que reinaría en las fiestas, como ya se había comprobado en años anteriores. De cualquier manera, sin la aprobación de la máxima autoridad eclesiástica provincial, no hubiese sido posible la autorización de tales festejos.
Por fin en febrero de 1961 se reanudan los festejos de una manera organizada y autorizada, "disfrazados" con la denominación de "Fiestas de Invierno".
En la implantación oficial de las "Fiestas de Invierno" concurrieron multitud de factores, en la base de las cuales se encontraba la tradición popular. Sin embargo, y aunque no se han destacado en toda su amplitud, el aspecto turístico fue la baza principal que introdujeron los defensores de la fiesta.
Santa Cruz contaba con una tradición carnavalesca que se mantenía viva, cuando había prácticamente desaparecido en el resto del país. No puede resultar extraño que estas primeras "Fiestas de Invierno" fuesen organizadas por la Junta Provincial de Información y Turismo, y Educación Popular. Muy significativo es también el hecho de que recién finalizada la primera edición de las mismas, el Gobernador Civil en nota oficial señalase: "este primer paso es augurio de que, en el futuro, las Fiestas de Invierno, que coinciden con la temporada oficial de turismo, irán creciendo en importancia y valor artístico, en consonancia con las tradiciones de la provincia".
Es indudable que una vez llevada a cabo la autorización oficial, las cotas de popularidad alcanzadas por la fiesta son obra del pueblo santacrucero, que desde los primeros momentos se volcó sobre las mismas. Han sido por tanto, las agrupaciones de todo tipo, las que han propiciado con su participación el que las fiestas hayan alcanzado la vistosidad y categoría que hoy poseen. A partir de 1977, se inicia una etapa bien diferenciada en la trayectoria del Carnaval santacrucero. Son varias las innovaciones que tienen lugar este año. En primer lugar, la fiesta recupera su denominación tradicional: "Carnaval", que sustituye a la anterior de "Fiestas de Invierno". En realidad, esta última acepción había sido aceptada a regañadientes, como única vía para que los tradicionales festejos volviesen a ser restablecidos. Sin embargo, las "Fiestas de Invierno" continuaron siendo un "Carnaval" disfrazado por la autoridad. Ya en 1972, hubo quien se atrevió a afirmar: "No veo por qué tenemos que esconder el viejo y tradicional Carnaval tras ese otro ridículo de "Fiestas de Invierno". Y tenía razón... aquello era ya el auténtico Carnaval.