marrakech, a la sombra del atlas
Durante los últimos días del pasado mes de noviembre, con motivo del 60 Congreso Internacional de FIJET (Asociación Internacional de Periodistas y Escritores de Turismo), más de 300 participantes de 23 países* nos dimos cita en Marrakech, ciudad cosmopolita, taciturna, amable y rica en experiencias que descansa a la sombra del imponente Atlas.
La longeva Perla del Sur, fundada por la dinastía almorávideen 1062, nos recibió con una temperatura afable y un sol radiante que hicieron más grata aún si cabe nuestra estancia.
Hablar de Marrakech es hablar de un mundo de sensaciones, de llamativos colores (entre los que destaca el rojo teja de su muralla) y profundos olores; es hablar de la amabilidad de sus gentes, de un entorno único y singular que respira tradición, historia y cultura; es hablar de un destino que recibe a sus visitantes con los brazos abiertos y les dispensa un ambiente de extrema singularidad que permanecerá en el recuerdo durante largo tiempo.
Transitar sus calles, visitar sus palacios y museos, degustar su rica gastronomía y escuchar su música nos transporta a un entorno onírico y conforma un destino con identidad propia y diferenciada.
Visitar la vibrante Plaza Jemaa el Fna, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, y el Zoco es sumergirse en el alma de la cuidad, convivir con sus gentes y su cultura, gozar de un espectáculo incesante donde miles de visitantes de múltiples culturas y orígenes convivimos con los nativos en perfecta armonía y disfrutamos viendo las funciones de malabares, los encantadores de serpientes, los aguadores con la vestimenta tradicional y, por supuesto, el regateo.
Especialmente interesante resulta recorrer la ciclópea muralla (un baluarte de más de 15 kilómetros que rodea, protege y fortifica la Medina) y sus puertas, adentrarse en sus laberínticas callejuelas, visitar la Mezquita de la Koutoubia, con su minarete (la edificación más elevada de la ciudad con 70 metros de altura) que nos transporta a la Sevilla bética donde hacer una parada y disfrutar de un sabroso zumo natural de Granada y pasear por los Jardines de la Menara, presididos por el Pabellón Minzaha cuyos pies descansa plácidamente un gran estanque.
De los muchos espacios impactantes, ricos y generosos en experiencias que ofrece la ciudad, destacaría el Jardín Majorelle, donde florece una sorprendente variedad de cactus y bambú, y que alberga un llamativo edificio de color azul índigo. La visita al afrancesado barrio de Gueliz no puede finalizar sin conocer el Museo Bereber, que acoge una interesante colección de objetos tradicionales de este pueblo, de su cultura y sus costumbres. Muy cerca de este espacio encontramos el coqueto Museo Yves Saint Laurent, donde se expone una significativa parte del legado del afamado modista, quien estuvo muy unido a la ciudad, siempre presente en sus colecciones.
Un auténtico descubrimiento personal fue el Museo de la Civilización del Agua, que presenta un recorrido por la historia y la relación de este país con el agua, y que a mí personalmente me transportó a mi tierra, Canarias, por sus similitudes e historia compartida.
En las afueras de la ciudad se encuentra otra visita obligada, el Valle de Ourika, recomendable para los amantes del trekking y la naturaleza, que pueden hospedarse en el complejo alojativo y de ocio Coleurs Berèber, un vivac donde se puede conocer de cerca al pueblo bereber y dormir en una jaima en un cuidado entorno natural. De camino, se hace obligatoria una parada en Anima Garden, un recóndito paraíso de naturaleza y arte, obra del polifacético artista austriaco André Heller.
Mención destacada y sorpresiva merece el moderno e impactante Aeropuerto de Menara, considerado como uno de los más bonitos del mundo, gracias a una terminal inspirada en la arquitectura islámica, en la que destacan los arabescos de sus paramentos.
Y no podemos despedirnos de Marrakech sin una cena y espectáculo nocturnos, plenos de cultura y tradición, para cuya celebración recomendaría Chez Alíy Palais dar Soukkar.