BUDAPEST SORPRENDE Y ENAMORA

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Con motivo del 56º Congreso Mundial de Periodistas y Escritores de Turismo (FIJET), visité esta bella capital europea sorprendiéndome por la pujanza de su capital Budapest  que, a pesar de los desastres de la II Guerra Mundial, ha renacido de sus cenizas como el Ave Fénix surgiendo una población cosmopolita en la que el idioma español se habla en numerosos círculos y establecimientos. La ciudad se mira en el Danubio, el más internacional río de Europa, que atraviesa diez países desde que nace en la Selva Negra y desemboca en el Mar Negro. Su recorrido es navegable, aunque tenga que salvar los desniveles del terreno por medio de esclusas, y en los  2.888 km que atraviesa, cruza capitales como Viena-Belgrado-Budapest y  Bratislava; eso sí, está ausente el “colora azul” quimera de los valses de Strauss.

Con el recuerdo de la Emperatriz y Reina de Hungría, la bellísima Sissí en la mente, comenzamos a pasear sus calles, recorrimos avenidas, comprobando que la Reina es aún protagonista y otorga su nombre a uno de los nueve puentes que coronan el Danubio. Para mí el más asombroso de ellos es el de “Las Cadenas”, hermosísimo y fascinante; por la noche con afortunada iluminación que ayuda a mi imaginación inquieta a captar detalles que realzan, en brillos,  el hierro forjado, como si de metal precioso se tratara.

El intrépido defensor de la autonomía Húngara, el conde Andrassi, también  da nombre a una de las más importantes y amplias avenidas,  jalonada de edificios neoclásicos, neo-renacentistas y de “art nouveau”, en los que las mejores firmas de moda han abierto sus elegantes tiendas. Esta Avenida fue declarada Patrimonio de la Humanidad.

PALACIO DE LA OPERA NACIONAL HUNGARA

En la misma Avenida Andrassi admiramos el Palacio de la Ópera, y en otras calles también  monumentos del siglo XIX las hermosean. Ubicado en la plaza de Rosselvelt, con un estilo renacentista italiano en el exterior y adornado de esculturas de músicos y compositores, guarda un interior espectacular, repleto de lujo en una atmósfera elegante. Se construyó en los años 1875 a 1884 y fué financiado por el Emperador de Austria y rey de Bohemia Francisco Jose I quien puso la condición de “no sobrepasar en tamaño al teatro de la Ópera de Viena”. No es más grande que aquél, pero si le sobrepasa en el lujo y decoración interior, con sus dorados palcos, terciopelos y cortinajes, ricas telas brocadas, columnas en largos pasillos e inmensos espejos que amplían dimensiones y permitían  a la reina contemplarse de espaldas mientras se dirigía al palco real, cuando era acompañada por el Rey, para gozar de una representación operística. Si la reina Sissi asistía sola, ocupaba un palco lateral. Un intangible recuerdo parece envolver la atmósfera del teatro que dispone de 1261 asientos y casi todos los días hay actuaciones. En las visitas guiadas, se narran anécdotas y curiosidades en varios idiomas, como el peso de la gran lámpara central o el proceso de mantenimiento de tanta belleza. En una espaciosa sala del primer piso, cercana al palco de la reina,  pusieron en escena para nosotros parte de la opera Aida (Verdi), que la “primadonna” cantó con tal acierto y oficio en su bellísima voz, que no hubo que requerir el silencio,  dado el gran virtuosismo de la cantante y la prodigiosa calidad acústica del recinto. Como periodista pregunté, porque me encanta la Ópera y siempre que hay ocasión me gusta asistir, por el precio de las localidades y me enteré de que es económico, incluso para los asientos más caros, de lo que me alegré por todos los amantes del belle canto.

Cierra la avenida  Andrassi, el colosal monumento de la Plaza de los Héroes. Visitado y admirado por todos los que lo contemplan; el monumento se erigió para  representar a los jefes de las siete tribus magiares que condujeron a su pueblo desde los Cárpatos hasta Hungría en el año 896. Las bellísimas esculturas en bronce iluminadas de noche, parecen revivir aquella hazaña. Sus elegantes y esforzados caballos “hasta relinchan del esfuerzo” conduciendo a los fornidos guerreros, de barbas y altos cascos, hasta la ansiada victoria. La escultura del Arcángel San Gabriel corona el visitado monumento de la plaza de los Héroes.

BASÍLICA DE SAN ESTEBAN

La visita a la Basílica de San Esteban, de credo católico, fue también una sorpresa, porque no es Catedral, aunque lo sea su empaque, ya que en el pueblecito llamado Ezstergom de 30.000 habitantes, es donde  se ubica la Catedral y la Sede Primada con el Arzobispo Católico.

En la Basílica se venera la reliquia más importante de la cristiandad húngara: “Santa Diestra”, mano momificada del Rey que fue elevado a la santidad. El interior, de una dorada ornamentación produce emociones estéticas que  refulgen con la iluminación y transportan el alma complaciendo a los sentidos con melodías del órgano portentoso que, muy a menudo, ofrece conciertos a los que acuden, feligreses o no, hasta llenar bancos y pasillos por la excelente acústica y virtuosismo del organista. El público es respetuoso y el silencio casi se escucha, por ello, el resultado, después de gozar del concierto, es la necesidad de aplaudir, aunque por respeto, uno se abstenga.

De lo que no debe abstenerse a la salida es de tomar una rica y fresca cerveza, en la tranquila plaza donde se levanta la Basílica. Se ofrece en las terrazas recoletas de las cervecerías del entorno. Los cafés, aun siendo semejantes a los de Viena, aquí tienen un aire oriental,  animando a alargar las horas de ocio en sus mullidos sillones.

EL PARLAMENTO EL MAYOR EDIFICIO DE HUNGRIA

Los edificios de esta capital son, en sus calles, un adorno inesperado por todo lo que ha sufrido con la guerra y nos sorprende la atmósfera de elegancia de estilo y el señorío de las construcciones, asi como el buen mantenimiento de aquellos que han podido ser rehabilitados.

Sin dudarlo, es el Parlamento el que mejor enseñorea las orillas de su gran rio: soberbio, lleno de esplendor arquitectónico, gigantesco, seductor, emplazado en la Plaza de Kostuh, héroe del levantamiento contra los turcos, es el edificio más grande del país. Con su iluminación nocturna refulge como  si de una estampa-postal se tratara, casi irreal, inocente de la belleza que posee al no poder verla reflejada en un espejo de aguas mas transparentes.

Transbordadores cruzan el rio de un lado a otro mostrando la exuberante vegetación de Buda, en la orilla derecha, coronada con el castillo Real, y en la orilla de Pest, parte izquierda, el imponente Parlamento. Las mejores panorámicas de Pest y del Danubio se disfrutan desde el bastión de los pescadores, en el barrio del castillo.

LA SINAGOGAS

Parte primordial en la vida de los judíos son las sinagogas y se me hizo ineludible la visita a la de la calle  Dohany, en el barrio judío que, con capacidad para 3.000 personas, es la segunda más grande del mundo; la mayor está en  Nueva York. Fue construida en el siglo XV y la destrozó la fiereza de  Segunda Guerra Mundial, aunque en siglo XX se llevó a cabo su reconstrucción por los deseos latentes de la comunidad judía de que volviera a su antiguo esplendor. Esta comunidad constituía la cuarta parte de la población de Budapest y naturalmente, tenían un peso en la vida ciudadana y en sectores como la abogacía, la banca y la medicina, que generaron por el antisemitismo latente, rencores y envidias, dando como resultado las prohibiciones, derogación y abolición de derechos, llevando a sus habitantes al exterminio. En un parquecito llamado  Raúl Wallemberg, ubicado junto a la Sinagoga,  se recuerda el heroísmo de los judíos luchando por su Hungría. El parque conmemorativo refiere, a quien lo visita, que hubo hombres humanitarios como el español Ángel San Briz, representante diplomático que protegió a los judíos durante la persecución y el holocausto. Un sauce llorón recuerda en cada una de sus hojas los nombres de aquellas valientes víctimas de una persecución racista intolerable.

 Las huellas indelebles que, a lo largo de los siglos, han dejado invasores, conquistadores, guerras y revoluciones destruyendo la ciudad 5 veces y otras tantas reconstruida, no  han conseguido que esta pierda el encanto de sus cafés, prueba de la economía pujante que  la disfrutó y ahora renueva en sus bellos salones. Es el hotel Bóscolo y su café “New York Palace”, el que más encanto posee, con sus cinco estrellas, situado  en el centro de la ciudad. Desde 1894 luce un estilo ecléctico con líneas renacentistas italianas que recuerdan el maravilloso baldaquino de San Pedro en Roma, con columnatas suntuosas que delatan la permanencia de un glorioso pasado “encantado” para goce de los sentidos, con preciosos bajorrelieves y objetos de mobiliario,  verdaderas obras de arte.

Degustar  los deliciosos postres o meriendas servidos con gusto y delicadeza, tan carentes en estos tiempos, así como los hojaldres rellenos de manzana y cerezas amargas con requesón dulce, entre otros muchos, hacen las delicias de quienes los saborean. Porque la gastronomía en la cocina húngara recoge y fusiona lo tradicional de la Europa occidental con la del Este. Es  ingrediente primordial “la paprika” sobre todo para el “Gulash”, servido en tabernitas y restaurantes populares “con encanto” que por ser el plato nacional hay que degustarlo, como hicimos nosotros, ya que su “contundencia” ayuda a seguir el recorrido de una ciudad en la que todo interesa.

LOS BALNEARIOS TERMALES

Santa Isabel, reina de Hungría, fundó en el siglo XIII, uno de los baños más famoso de la ciudad. La ocupación de los turcos duro 145 años y contribuyó a que se multiplicaran estos establecimientos. Son los baños una parte importante de la cultura húngara y los habitantes, turistas y quienes visitan la ciudad, no se olvidan de sus aguas termales, ya sea verano o invierno. En el balneario Gellert se disfruta de aguas medicinales y quizás sea una de las razones del constante entrar y salir de los que diariamente acuden a gozar del placer que el mismo proporciona. Jugar al ajedrez sumergido en el agua o tomar una bebida en las terrazas que bordean las piscinas con animación y alegría en todos los rostros, contagiando optimismo, debe ser parte importante en los beneficios que sus curativas aguas ofrecen en los 118 balnearios de Budapest y  1300 de todo el país húngaro. Esta ciudad denominada “ciudad de los baños” es heredera de un pasado elegante y glorioso, con la fama de ciudad de ocio y buena vida desde finales del siglo XIX, cuando estaba de moda viajar a ella desde Viena, de la que solo la separa 2 horas de coche.

Hungría, con una historia milenaria, respira hospitalidad. Sus múltiples monumentos forman parte del Patrimonio de la Humanidad y los balnearios esperan al visitante para ofrecerle el placer de sus aguas termales y sorprenderles con los beneficiosos resultados de los tratamientos que en ellos se aplican.