VIAJE AL PASADO
Hoy he vuelto al pasado. He regresado a mi pequeño rincón en la playa levantina donde fui tan feliz. Todo está igual: la animada calle principal donde siguen las mismas cafeterías de siempre con sus mesas en las aceras cuajadas de clientes extranjeros -los mismos pantalones cortos, las mismas camisetas de colores, las mismas inmensas jarras de cerveza en las mesas-. ¿Las mismas personas? No, claro. Aunque a mí me parece que el dueño de uno de los bares, al meter por la noche las mesas y las sillas, lo hace con los extranjeros adosados y luego, a la mañana siguiente, las vuelve a sacar (mesa, silla y cliente todo junto). Un poco más arriba de la calle está la heladería de un italiano que se trasladó a estos lares. Curiosamente, muy cerca, se ha abierto una heladería nueva. Su dueño es un francés que ha decidido (me dice) traer aquí sus productos “made in France”. Peculiar. Un francés trayendo hela dos a la Comunidad Valenciana. Le auguro para mis adentros un triste fracaso. El italiano sí; el francés no. Al lado sigue la tienda donde se venden periódicos, revistas, etc.; y otras tiendas de utensilios y vestidos playeros. Cruzando la calle se encuentra una rotonda emblemática en cuyo centro se alza majestuosa, mirando al mar, un gran ancla de metal. A un lado de la rotonda y también mirando al mar, se encuentra un bonito edificio de apartamentos de cuatro plantas (no están permitidas alturas superiores en toda la zona, en cambio sí que hay agradables pequeños restaurantes y cafeterías). En la cuarta planta estaba mi piso, entrañable, funcional, cómodo…está igual que siempre, pero ahora es diferente porque no es mío.
Desde la rotonda del ancla, rodeada por airosas palmeras, parte un entrañable paseo marítimo también flanqueado por esbeltas palmeras que se mecen con la brisa marina. El paseo es acogedor, tranquilo, y se muestra inalterado. En las losas del suelo, a lo largo del paseo están escritos los nombres de famosos actores y directores del cine español. (es famoso el festival de cine de Alfas del Pí que se celebra en Julio) La gente pasea o corre para hacer ejercicio. Se ven parejas, familias…Ahí está en su rutina cotidiana mi cariñosa vecina y amiga con su perra, como siempre. La saca a pasear dos o tres veces al día y se suele encontrar con otros vecinos y conocidos, dando lugar a una apacible charla bendecida por un sol acariciante, un mar azul intenso y tranquilo, una brisa fortalecedora y la luz poderosa que inspiró a Sorolla y a tantos otros artistas. Sí. Ahí está mi vecina, pero no está la otra ni algunos otros. Algunos han muerto; otros se han marchado. El tiempo inexorable ha dejado su huella.
Comienzo mi caminata por el paseo. A pocos metros se encuentra la biblioteca de la playa, un lugar agradable donde puedes coger los libros que quieras para leer o dejar los que ya has leído. La encargada es una sonriente muchacha joven. La persona mayor que yo recordaba debió jubilarse o marcharse. Allí mismo están los socorristas que ayudan a entrar al mar a personas que tienen alguna dificultad para entrar o salir del agua, porque la bajada es algo abrupta y hay piedrecitas. Cruzando hacia el otro lado del mar sigue activo un gran espacio dedicado al solaz y recreo infantil: un colorista tiovivo, el tren de la bruja, el bisonte que da vueltas haciendo caer a sus pequeños jinetes….
Salgo del apacible paseo, incapaz de encontrar respuestas a mi inquietud. Retrocedo hasta el ancla, y un poco más adelante tomo el camino del faro. La belleza de todo el trayecto es tal que está clasificado como parque natural de Serra Gelada. Desde el primer mirador se contempla la magnífica bahía de Altea y Calpe con el Peñón de Ifach y detrás la montaña. A lo largo del camino se disfruta de una de las zonas de mayor biodiversidad de Europa: praderas de Posidonia oceánica, pinos, bancales de algarrobos, espartales, tomillares, lavanda. La variedad de plantas aromáticas, junto a la brisa marina y los pinos, hace que el paseo sea un deleite para los sentidos: luz, fragancia, majestuosos panoramas, y en el aire la canción del viento.
Todo está igual, pero yo no lo percibo como antes. Hasta las graciosas ardillas que se paran, osadas, en mi camino parecen preguntarme: “¿tú que haces aquí? Ya no perteneces a este entorno. Tu tiempo pasó”.
Bajo de nuevo al paseo marítimo para ver donde puedo descubrir alguna clave de mi desconcierto. Unas chicas jóvenes se cruzan en mi camino. Se ríen alegremente por nada, por cualquier cosa. Nada de su alrededor parece importarles. Me veo entre la gente entrando y saliendo de todos los lugares que siempre frecuenté, pero no encuentro a la misma gente, los locales han variado su decoración. Todo está igual, pero nada es lo mismo. Es como si una parte de mi ser se desprendiera de mi masa corpórea y circulase entre los viandantes sin que ellos pudieran verme. Ahí está el imponente mar azul de siempre, esa luz mediterránea que Sorolla traspasase al lienzo pero que a mi se me va tornando opaca. Busco a mi alrededor algún signo que me devuelva mi yo. No lo encuentro. Si todo está igual ¿por qué yo lo percibo diferente?; ah… claro…. Es la vejez. De nuevo la explicación está en el calendario.
El poeta Félix Grandes escribió: “donde fuiste feliz alguna vez no deberías volver jamás, el tiempo habrá hecho sus destrozos levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta”
Seguramente yo buscaba aquel ayer despreocupado e indolente donde todo en derredor garantizaba bienestar y placidez: la familia, los alegres amigos, la casa, los lugares concurridos……Sin embargo yo intuía que mi búsqueda trascendía la materialidad para rastrear en lo profundo de la mente aquello que yo conservaba como preciados recuerdos y que había ido alimentando a lo largo de otros viajes por países lejanos, posándome en la nostalgia y en las fotos.
Se diluyen las sombras, vuelvo a la reflexión…. No, el lugar no ha cambiado. ¡He cambiado yo! No he vuelto como me fui. El espejo de una tienda me devuelve la figura de una anciana.
De repente me doy cuenta de que sí podía recuperar aquellos recuerdos. Si por aquel entonces amé la vida, ahora, en el mismo lugar, puedo darme cuenta de que la vida continúa inexorable su camino, acá o allá; la lleva uno consigo mismo, y hay que seguir amándola hasta el final. Aquellos días, como tantos otros en diferentes lugares del mundo han quedado integrados en tu ser y están vinculados, anexados e incorporados a la misma esencia de tus experiencias vitales. Nada ni nadie podrá extraerlas de tu memoria porque te pertenecen, y, consecuentemente, tus actividades y actuaciones van ligados a todo cuanto forma parte de ti. Cada etapa del ciclo vital da sentido a la existencia.
La vejez no tiene por qué ser el olvido ni el ocaso, sino la culminación de una cima. No deberíamos confrontar ni comparar esta etapa con otras. La vejez sigue siendo vida y es un cofre que encierra el tesoro de las experiencias y del conocimiento. Es la cátedra de la vida.
Esta incursión en el pasado ha sido positiva y me ha ayudado a comprender que no estamos solos. Mientras seas dueño de tu capacidad cognitiva, por tu mente desfilaran todos los momentos y las gentes que te han hecho feliz.
La vida sigue. Otras gentes disfrutarán de tus pequeños paraísos mientras una sonrisa enigmática -que quien está a tu lado no sabrá comprender- dará resplandor a tu rostro. La vida sigue…. la vida sigue……