De las termas de Eslovaquia a una Ópera de Mozart por el precio de un café
Hay algo fascinante en esos países europeos que, a menudo, no están en el radar del turista promedio. Eslovaquia es uno de ellos, un secreto bien guardado que aún espera ser descubierto. Su capital, Bratislava, quizás no goza de la fama de otras capitales del Viejo Continente, pero ahí radica su encanto. A primera vista, parece pequeña, modesta, casi tímida. Sin embargo, como una joya escondida, Eslovaquia sabe cómo sorprender cuando menos te lo esperas. Lo inesperado está a la vuelta de cada esquina. Además, en este articulo te enseñare como disfrutar de una ópera de Mozart en un palco, en La famosa Casa de La Opera de Viena, por tan solo 30 euros. Sí, lo has leído bien. Si este viaje me enseñó algo, es que Eslovaquia y la ciudad de Viena tienen mucho más que ofrecer de lo que imaginaba.
Nada más aterrizar en Bratislava, tras sortear trenes y autobuses, finalmente llegué al acogedor Hotel Ibis, estratégicamente ubicado a un paso de las principales atracciones. Bratislava no es una ciudad que busque deslumbrar a primera vista; más bien, revela su encanto de forma discreta, como si confiara en que quienes la exploren lo harán por su propia curiosidad, sin necesidad de artificios. En esa quietud sutil reside su verdadero atractivo, un encanto que muchas de las grandes capitales han perdido en su afán por modernizarse a toda costa. Un paseo breve me condujo al Castillo de Bratislava, majestuoso sobre su colina, vigilando el curso del Danubio como lo ha hecho durante siglos. Al observar su imponente fachada, no pude evitar sonreír ante la ironía: estos castillos, que en otros tiempos representaban el poder absoluto, hoy en día se han convertido en destinos turísticos donde el mayor reto no es conquistar fortalezas, sino encontrar el ángulo perfecto para la foto en Instagram. Y lo digo porque una joven de unos 25 años me pidió que le tomara una foto, y tras diez minutos de ajustes y encuadres, aún no lograba que el resultado le pareciera digno de su “story” en redes sociales. Parece que la verdadera prueba en estos tiempos es lograr la aprobación fotográfica. Sin embargo, y aquí viene la sorpresa, el interior del castillo no parece estar a la altura de su exterior. Si bien las vistas son excepcionales y sus jardines invitan a un paseo tranquilo, el castillo carece de una oferta cultural que lo convierta en algo más que un monumento para admirar desde fuera. Es un lugar para caminar, reflexionar y disfrutar del paisaje, pero se queda corto en cuanto a ofrecer algo realmente memorable o revelador sobre la historia que ha visto pasar.
Eslovaquia no es solo castillos; el arte moderno también encuentra su espacio aquí. La Galería Danubiana, situada en una península del río, ofrece una fusión única entre arte contemporáneo y naturaleza. Ahora bien, si esperas una típica visita al museo, te equivocas. En esta galería y mientras caminas entre esculturas, te das cuenta de que el verdadero artista es el propio Danubio, que parece haber diseñado el entorno a la medida de las obras. Eso sí, si en algún momento te encuentras reflexionando demasiado sobre una instalación artística que no entiendes, no te preocupes: el río está allí, con una preciosa terraza con vistas al Danubio, para recordarte que a veces la simplicidad también tiene su encanto.
Si algo he aprendido de los viajes es que la aventura es lo que más me gusta. Después de contemplar en la calma, de la Galería, le dimos una vuelta de tuerca al día yendo a hacer rafting en el área de Divoká Voda, muy cerca de allí. Nada como una dosis de adrenalina para recordarte que, aunque el arte y la historia son importantes, el ser humano también necesita sentir esa sensación de dopamina extra y extrema. ¿Me lancé al agua con la valentía de un aventurero experimentado? Digamos que me lancé. El agua, a 3 grados Celsius (o al menos así era la sensación termica), no era ninguna broma. Afortunadamente, la experiencia es divertida, segura y te deja con esa sensación agradable de haber logrado algo grande, aunque sea simplemente mantenerte en la balsa. Tras la emoción del rafting, qué mejor que tomarse un cafecito bien calentito, y no en cualquier lugar sino en la torre UFO sobre Bratislava. Allí, con vistas panorámicas de la ciudad, experimenté una mezcla perfecta entre lo mundano y lo sublime. Desde allí, pude disfrutar de una experiencia vertiginosa: caminar por el perímetro del UFO colgado de un arnés, observando la ciudad. Me dio mucha rabia ese momento porque se sentía tan espectacular, que debía ser grabado por mi amigo el dron, pero lo olvidé para este viaje.
Uno de los momentos más memorables del viaje fue la visita al Castillo Devin, una estructura cuyas ruinas cuentan una historia que, curiosamente, parece inacabada. Mientras recorría los restos del castillo, me preguntaba si no era precisamente esa falta de perfección lo que lo hacía tan fascinante. En un mundo obsesionado con la perfección, el Castillo Devin nos recuerda que lo incompleto también puede tener una belleza intrínseca. Además, desde su posición estratégica en la confluencia de los ríos Morava yDanubio, el castillo ofrece unas vistas impresionantes que parecen decir: "Sí, estamos en ruinas, pero ¡qué ruinas tan majestuosas!" Según la historia, este castillo fue destruido por el gran, o más bien el pequeño, Napoleón Bonaparte. Hoy en día, se ha construido un museo en el castillo donde se enseña cómo era la vida antiguamente en el castillo y en sus alrededores.
Después de varios días de intensa exploración, el momento de relajarse en Piešťany, la ciudad balnearia más famosa de Eslovaquia, llegó con la promesa de un descanso bien merecido. La experiencia fue un bálsamo para el alma, y esto no lo digo yo; lo decía el propio Napoleón, que bebía el agua de las termas de la fuente, supongamos que vas con un grupo de 10 personas a probar esta fuente rejuvenecedora y magnifica, te puedo asegurar que a 13 de ellos no le va a gustar, literalmente es beber agua a 40º con un sabor y aroma de huevo pasado por 4 meses. Aquí, rodeado de tratamientos termales y paseos por la pintoresca Isla Spa, comprendí de inmediato por qué el concepto de “buen vivir” ha sido tan apreciado a lo largo de los siglos. Es conocida por sus aguas termales, que han atraído a visitantes desde el siglo XIII, y por ser un destino preferido de la realeza y figuras históricas por igual. Estas aguas, ricas en minerales y sulfuro, son famosas por sus propiedades terapéuticas que se dice ayudan a aliviar dolencias musculares y articulares, convirtiendo el spa en un refugio para el bienestar. Pero la serenidad de esta ciudad no solo reside en sus aguas. La ciudad también se enorgullece de su conexión con el arte, algo que me sorprendió gratamente. La Exposición de Alfons Mucha, un maestro del Art Nouveau, es un testimonio de cómo incluso en un rincón tranquilo de Europa Central, el arte de primera categoría tiene su lugar. En la ciudad, cada rincón parece tener historias de épocas pasadas. Aquí, el tiempo se desacelera y uno puede disfrutar de la verdadera esencia de un descanso bien ganado, con un toque de arte que enriquece aún más la experiencia.
A medida que el viaje avanzaba, descubrí que Eslovaquia es un país donde cada rincón cuenta una historia. En el pequeño pueblo de Tomášikovo, visité un molino de agua que parece haber detenido el tiempo. Mientras observaba las viejas ruedas del molino girar con la lentitud propia de una época olvidada, me di cuenta de algo: la verdadera paz no proviene de la velocidad, sino de la constancia. El molino, al igual que la gente que lo rodea, no tiene prisa, y esa falta de urgencia se contagia.
De allí, pasé al Castillo Esterházy en Galanta, donde la historia toma un giro aristocrático. Este castillo neogótico es un recordatorio de que la opulencia y el buen gusto, cuando se combinan correctamente, crean lugares que te transportan a otra época. Y qué mejor manera de cerrar el día que con una cata de vinos en este mismo castillo, donde los sabores del vino local complementan a la perfección la rica historia del lugar.
Lo que hace de Eslovaquia un destino tan atractivo no es solo su belleza natural o su impresionante historia, sino su capacidad para sorprender. Es un país que parece disfrutar de su anonimato, reservando sus secretos para aquellos dispuestos a tomarse el tiempo de descubrirlos. Si bien sus castillos, ríos y ciudades balnearias son encantadores por derecho propio, lo que realmente se lleva consigo un viajero de Eslovaquia es una sensación de conexión con algo más profundo. Tal vez es la humildad de un país que no necesita alardear, o quizás es la quietud de sus paisajes que, sin decir una palabra, lo dicen todo. Sea lo que sea, Eslovaquia me dejó algo claro: a veces, los mejores descubrimientos son aquellos que no se ven venir. Y si eso viene con una buena dosis de queso de oveja y vino local, mejor aún.
Al finalizar mi travesía por Eslovaquia, decidí que el viaje necesitaba un cierre perfecto. Y, como quien no quiere la cosa, resultó que mi avión de regreso a España salía de Viena. ¿Casualidad? No lo creo. Más bien, el destino conspiró para que mi última parada fuese en la capital imperial por excelencia. Vamos, si tenía que coger un vuelo, que al menos fuera desde una ciudad que lo merezca. Llegué a Viena sabiendo que disponía de unas cuantas horas antes de mi vuelo, así que opté por una dosis rápida de cultura y esplendor. Mi primera parada fue el Palacio Belvedere, un lugar tan majestuoso que podría competir fácilmente con cualquier set de una película histórica. Mientras caminaba por sus jardines, que estaban más perfectamente cuidados que los de la Casa Blancadel, no pude evitar pensar que si alguna vez me decidiera a diseñar mi propio palacio (en un universo alternativo donde soy el jefe del pueblo, el que maneja el money y las leyes), sin duda incluiría las fuentes y esculturas que allí había. Una vez dentro, era una maravilla, desde los antiguos maestros hasta la obra maestra dorada de Gustav Klimt, "El Beso". Ahí estaba yo, contemplando la pintura mientras intentaba imaginar qué pasaba por la cabeza deKlimt mientras la creaba. Quizá pensaba en el amor, quizá en la eternidad… o tal vez en el café que iba a tomarse después. Lo cierto es que, en Viena, las pinturas son increíblemente sorprendentes y la imagen de realeza era brutal. Habiendo cumplido con la cuota de arte e historia, no podía dejar pasar la oportunidad de asistir a la Casa de la Ópera de Viena, o más fino, como dicen alli Wiener Staatsoper una de las óperas más famosas del mundo. Es uno de esos lugares donde, si cierras los ojos por un segundo, puedes imaginar a Mozart paseando por allí, ajustando su peluca y silbando una de sus composiciones. Y, atentos a esto, ¡LA GRAN SORPRESA DEL VIAJE!, conseguí un palco por la módica suma de 30 euros. Sí, lo leíste bien: un palco, el símbolo de la alta sociedad, el Olimpo de la élite cultural, y yo pagué lo mismo que cuesta una cena en un restaurante modesto. Viena es famosa por sus cuentos de hadas… ¿quizá tuve mi momento mágico? Al principio dudaba si me habían estafado, ya que compré el boleto a un vendedor ambulante. Pero después de pasar los controles y comprobar que era genuino, me di cuenta de que no era ninguna broma; era tan lujosa y VIP mi entrada que una trabajadora me acompañó a mi puesto y me cerró la puerta del palco. Sentado allí, escuchando las notas sublimes de Mozart, no pude evitar sentirme como parte de la historia de la ciudad, aunque solo fuera por unas pocas horas. La música fluía, y con ella, la certeza de que había tomado la mejor decisión al pasar por Viena antes de mi vuelo. ¿Quién necesita salas de espera cuando puedes tener una ópera?
Al final de la obra, mientras me dirigía al aeropuerto, no pude evitar sonreír. Mi viaje, que comenzó con la idea de explorar lo desconocido en Eslovaquia, terminó en la ciudad que probablemente ha visto más historia de la que cualquier viajero podría imaginar. Y aunque mi visita a Viena fue motivada por razones logísticas (porque, después de todo, tenía que volver a España), terminó siendo el cierre perfecto para una aventura que superó todas mis expectativas.
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