El Ejército de las sombras

Viaje a una residencia de ancianos

El edificio, situado en el centro de la ciudad, se destacaba nítido y claro desde el final de la calle. Era una construcción del último tercio del siglo XX serena, clásica y bien estructurada.

El interior tenía esa elegante configuración que, aunque había conocido tiempos mejores, aún conservaba la pátina del antiguo esplendor. Al no ser un lugar multitudinario se respiraba en el hallde entrada una tranquilidad que inspiraba confianza e invitaba a formar parte de este supuesto paraíso que procuraría el bienestar anhelado para los ancianos aspirantes a terminar allí la gran aventura de sus días.

Había cuatro plantas bien ordenadas. En la primera y en la cuarta residían las personas con poca movilidad y escasos recursos cognitivos. En la segunda y en la tercera vivían aquellos que podían moverse con relativa facilidad y que tenían sus capacidades mentales en buen estado.

La vida trascurría con un horario fijo (desayuno a las 8, comida a la 1 y cena a las 7), quizás demasiado severo para un país mediterráneo. El personal era amable en general, si bien las tareas asignadas a las trabajadoras eran peculiares: había una persona que recogía y daba las toallas, también hacía las camas (aunque no necesariamente al mismo tiempo que daba las toallas) pero no hacía la habitación (que estaba asignada a otra persona). Al parecer, algunas de estas empleadas tenían que completar su quehacer bañando a residentes que no podían valerse por sí mismos, etc.

Curiosa distribución de la planificación del trabajo.

Las comidas estaban bien y la limpieza era buena. El lavado y marcado de las prendas estaba al cuidado de un equipocompetente. Asimismo, la atención médica y de enfermería era impecable. El Servicio de Psicología Sanitara y Relaciones Humanas estaba a cargo de una magnífica profesional que se multiplicaba para hacer felices a los residentes. Otra peculiaridad era que las habitaciones estaban distribuidas una frente a otra a lo largo de un ancho pasillo y las puertas estaban permanentemente abiertas de día y de noche (se supone que para vigilar a los internos), pero lo cierto es que, además de carecer de intimidad, los sonidos de los televisores y de los carros trasportadores de comida se propagaban por todo el corredor. Incluso  alguna vez se dio el caso de despertar al paciente de madrugada encendiendo las luces de su habitación con el pretexto de comprobar el estado del durmiente.

​​​Los residentes

¿Qué historias se escondían detrás de los ancianos que ocupabanlas habitaciones de la residencia? ¿Dónde estaban sus anhelos? ¿Qué fue de sus sueños? ¿Consiguieron sus metas? ¿Hubo más frustraciones que triunfos?

Las arrugas de algunos rostros muestran los avatares de unas vidas que quedaron atrás. Avanzan por el pasillo camino del comedor esas sombras de los seres humanos que fueron. Se proyectan en las paredes aquellos que lucharon por llegar a la cima en la carrera sin fin que es la vida.

¿De quién es esa sombra con su andador? Ah, sí. Ese hombre que ahora camina encorvado tuvo un alto puesto en la Administración. Tuvo poder e influencia. Hubo de tomar decisiones importantes. Se codeó con las más altas autoridades…vanitas vanitatis.

¿Y esa sombra femenina a la que tienen que ayudar porque se desequilibra física y mentalmente? En su juventud triunfó en el mundo del espectáculo. Aún resuenan en sus oídos los aplausos y puede percibir la emoción de los amantes de su arte…En su débil memoria van y vienen esos momentos de gloria y una sonrisa misteriosa surge de la arrugada comisura de sus labios.

Ahí viene, arrastrando su andador, un millonario extranjero que, habiéndose casado con una nativa, prefirió quedarse en la Residencia del país de su esposa, olvidando patria, familia, amigos, posición…..solo atesora en su mente los recuerdos de su febril y exitoso trabajo. 

¿ Y aquella enorme sombra que avanza por el muro? Ah, claro, es una gran silla de ruedas. Sentado en ella, con gesto ausente , se deja arrastrar el gran magnate. Mientras una enfermera la empujalentamente hacia el comedor ráfagas fugaces cruzan por la mente del que fue dueño absoluto de unas famosas aerolíneas y de una importante cadena de viajes internacional. Atrás quedan los homenajes de fervientes seguidores, las recepciones ofrecidas por algunos presidentes y altos magnatarios de diversos países. No se pueden enumerar las veces que recorrió los cinco continentes siempre en olor de multitudes. Ahora su imperio está en manos de su hijo menor tras una dolorosa guerra fratricida que fracturó a la familia. ¡ Qué lejos se le antoja todo esto¡. Sombras, ahora sombras.

El triste ejército de siluetas fantasmales avanza por el pasillo camino de su diario refrigerio nocturno. Dos platos (a elegir) postre, café o infusión. Qué más da. Nadie tiene hambre.No hay expectativas ni ilusiones, no existe el futuro. Los días o quizá los pocos años que les quedan en este mundo serán para todos ellos un tiempo sin esperanza, una vida sin vivir. Recordando las palabras del jefe indio Seattle de la costa Noroeste de USA: “Termina la vida y empieza la supervivencia”.

Cuando la melancólica  comitiva entró en el comedor, que cobijaba a unas treinta personas, la Directora del centro les esperaba. A su lado, en una silla de ruedas, estaba un hombre de unos setenta años. Le faltaban las dos piernas y el brazo izquierdo. “Este caballero es su nuevo compañero. Se llama Pedro de la Rocha y espero que entre todos procuremos que se encuentre a gusto entre nosotros.”

El señor Rocha, pronto manifestó su carácter inasequible al desaliento y se adaptó rápidamente a su nueva vida. Sus sonrientes ojos azules, su cano cabello y su noble actitud calaron en sus compañeros quienes, en sucesivos días, se enteraron de su azarosa historia. Nacido en una pequeña aldea gallega era el mayor de los diez hijos de una familia de pescadores y tuvo que ayudar a su padre en las tareas del mar y a su madre en el cuidado de sus hermanos. En su pubertad embarcó  en una nave que se dirigía al Norte de Europa en busca del preciado bacalao, y luego siguió su carrera navegando por los siete mares. Tras años de arduos trabajos soportando galernas, tifones y cuantas dificultades  supone la vida de un marinero, un aciago día del mes  de Agosto se encontraban faenando en el mar Caribe, cerca de Quintana Roo, en el golfo de Mejico. Una desafortunada maniobra del capitán hizo que se viera arrastrado por un cabo suelto cayendo al mar. En ese lugar, infestado de tiburones, Rocha no lo dudó ni un instante y se lanzó al agua, pudiendo rescatar ileso a su jefe y quedando a merced del temible tiburón blanco( de unos seis metros de longitud y unos trescientos dientes) el más feroz  de los depredadores marinos. Cuando le subieron a bordo le faltaban las dos piernas y un brazo. Consiguieron llevarle con vida a tierra y, tras varias operaciones, quedó invalido. Su capitán, conmovido y agradecido le procuró la exclusiva Residencia donde ahora se encontraba.

Todos los residentes quedaron contagiados del buen humor y de la actitud positiva y vital que en todo momento se manifestaba; esa sonrisa eterna, esa energía contagiosa y esperanzadora, esa voluntad de tratar de ayudar con sus palabras o consejos le hizo merecedor del afecto de sus compañeros que, sin duda, comprobaron que hacia honor a su nombre y apellido pues, ciertamente, era una roca difícil de horadar.

Los debates y charlas que se daban en la Residencia muchas veces tenían como protagonista alguna fascinante historia vivida por Rocha fruto de sus experiencias (a veces divertidas, a veces peligrosas) dignas del más famoso libro de aventuras por lo que las reuniones adquirieron un tono más dinámico y revitalizador  tornándose el día a día de la Residencia más agradable y amena.

Rocha fue, sin duda, el motor dinamizador. Los habitantes de aquel espacio ya no eran un ejército de sombras que vagaban sin ilusión por los pasillos a la espera del fin de sus días. Este llegaría, si, pero no como consecuencia de un vacío del alma sino como una dulce esperanza que les trasladaría al más allá cuajada de buenos recuerdos ( los malos, si los hubo, se tachaban de la memoria) y con la satisfacción de haber cumplido, de la mejor manera posible, el ciclo diseñado por los hados.

SURSUM CORDA

AMEN, AMEN