La Fuente Santa en la isla de La Palma
La Fuente Santa era un manantial termal que brotaba en el sur de la isla de La Palma, al pie de un acantilado costero, en la forma de dos charcas mareales excavadas en los callaos de playa que se dedicaron a San Blas y a San Lorenzo.
Las excelencias de sus aguas calientes, junto con las virtudes curativas que mostraron y que ya eran conocidas por los benahoritas, hicieron que florecieran asentamientos que más tarde se unieron bajo el municipio de Fuencaliente de La Palma. Las curaciones de la Fuente Caliente, como así la castellanizaron los españoles traduciendo el nombre benahorita de Tagragito, junto con la situación de la isla como puente entre dos mundos, hizo que la fama trascendiera a Europa y América, provocando una enorme afluencia de visitantes de ambos continentes hacia ese enclave palmero, con lo que la isla vio acrecentada su fama y fortuna.
Pronto La Palma se convirtió en la isla con mayor renta per cápita del archipiélago, el puerto de Santa Cruz se trocó en el de mayor tráfico de pasajeros, la isla exportaba aguas de la fuente en cubas hacia los puertos de La Haya y de La Habana y la Fuente Santa convirtió a La Palma en el Mejor Balneario del Atlántico.
Durante apenas dos siglos, las charcas de san Blas y san Lorenzo fueron visitadas por hombres ilustres, como los grandes conquistadores españoles, Pedro de Mendoza y Luján y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por historiadores como Fray Juan de Abreu Galindo, ingenieros militares como Leonardo Torriani y geógrafos como Gaspar Frutuoso. La mayor parte de ellos nos dejaron escritos sus comentarios acerca de cómo era la afamada fuente que han llegado hasta nosotros a través de sus libros o de las narraciones de sus gestas.
El siglo XVII es el momento de mayor auge de la Fuente Caliente y tanta fue su fama que las curaciones comenzaron a ser tildadas de milagrosas. De esta forma se gestó el cambio de nombre, quedando el de la fuente caliente como topónimo y pasando el manantial termal a ser conocido desde entonces como la Fuente Santa. Poco después, concretamente en 1677, acaba bruscamente la existencia de la fuente, pues el 13 de noviembre de ese mismo año comienza la erupción del Volcán de San Antonio, cuyas coladas, corriendo por la meseta de la Cuesta de Cansado, anegando campos, casas de labor, ermitas e incluso el primitivo pueblo de Los Canarios, alcanzó el acantilado costero cayendo entre sus escotaduras hasta sepultar completamente la playa de callaos, perdiéndose con ello las dos charcas, dejando a la Fuente Santa enterrada bajo 70 metros de piedras, escorias, derrumbes, coladas y a la isla de San Miguel de La Palma en la más completa desolación.
Aquí comienza otra etapa de esta singular historia, la de la búsqueda de la Fuente durante más de tres siglos. En ella participaron los más insignes hombres pertenecientes a las dieciséis generaciones que se sucedieron y se transmitieron el testigo de esta incansable búsqueda. Igual número de veces intentaron desenterrar la mítica fuente y en todas ellas tuvieron que batallar primero por encontrar el lugar donde yacía sepultada y en segundo lugar, excavar 70 metros en un material caótico y escoriáceo, cuya falta de consistencia provocaba el derrumbe de las paredes de la excavación. Para la primera de las gestas, averiguar el lugar donde empezar a excavar, manejaban cuatro frases que como piezas de puzle interpretaban a su manera para saber dónde excavar; junto con la búsqueda de una enorme Cruz de Piedra que en el malpaís volcánico debería señalar el lugar donde yacían enterradas las charcas. Para la segunda gesta, desenterrar la fuente, el método elegido fue siempre el de excavar un pozo de tres metros de diámetro que nunca llegó a pasar de una decena a causa de la citada inestabilidad.
En esta infatigable búsqueda participaron los más insignes personajes palmeros, canarios, peninsulares e incluso europeos, tales como: Juan Pinto de Guisla, Inquisidor Mayor del Santo Oficio; Manuel Díaz Hernández, protagonista de la estatua de cuerpo entero en la escalinata de la Parroquia Matriz de San Salvador; Luciano Hernández Armas, Secretario y Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Fuencaliente, Lucas Fernández Navarro, el mejor geólogo español de todos los tiempo; Juan Gabala ingeniero del Ministerio de Obras Públicas; Juan A. Kindelán, director del Instituto Geológico y Minero de España; Antonio Joseph Palmerini, Tesorero de la Hacienda Real de su Majestad Carlos III; Leopold von Buch, el mejor geólogo europeo; entre otros más hasta contar dieciséis. Todos los intentos fueron vanos y la fuente siguió sepultada.
En 1995 el entonces alcalde de Fuencaliente de La Palma, Pedro Nolasco Pérez, encargó a la Consejería de Obras Públicas, dirigida entonces por Ildefonso Chacón, la búsqueda de la fuente. Como consecuencia de esta petición, la Dirección General de Aguas nombró al funcionario Carlos Soler Liceras, Director de las obras de investigación junto con su grupo formado por Miguel Ángel Sicilia de Paz y Miriam Hernández Andreu como Ayudantes de la Dirección y Carmelo Martín como Técnico Práctico. Junto a ellos, la contrata CORSAN- CORVIAM y en la 2a Fase, SATOCAN, la más compleja, propusieron a Herminio Torres ingeniero de minas, Roberto Paraja ingeniero de minas, Julián Mansilla ingeniero de minas, Manuel Jesús Rodríguez encargado de la obra y de las inyecciones, Griseldo Armas Brito encargado de perforación, auxiliados con trabajadores que eran en su mayor parte fuencalenteros.
De algunos no se guardan en mi memoria más que su nombre, pero justo es reseñarlos a todos: Nicolás Torres, José Javier García García, Blas, Rayco, Salvador, Diógenes, Enrique, Luis, Cándido, Francisco, Afrodisio, Juan, Antonio, José Luis Ruch y Juan Antonio Fernández. Después de un proceso de investigación que abarcó estudios, consultas de archivos históricos, entrevistas con historiadores y arqueólogos, perforación de cinco sondeos, control de niveles, análisis de aguas subterráneas, búsqueda infructuosa de la famosa Cruz de Piedra y dejando a un lado la interpretación de las conocidas cuatro frases, obtuvieron la certeza de que el manantial, aun enterrado, seguía manando y también de haber localizado con cierta aproximación dónde se podía encontrar enterrada la fuente. Por ello el director de la investigación propuso a la Consejería la financiación, con un coste de medio millón de euros, una obra para encontrar y desenterrar la Fuente Santa.
La obra, autorizada por el nuevo Consejero, Antonio Castro Cordobez, consistió en la perforación de una galería de 200 metros de longitud y de 3x3 metros de sección, excavada con la solera a ras del nivel de la pleamar en la zona de dominio de Costas, reforzada con cerchas de acero cada metro unidos por medio de redondos soldados, revestida con mampostería seca y la construcción dentro de la galería de cinco charcas o pocetas excavadas por debajo del nivel del mar para que aflorase el agua subterránea y así confirmar que el trazado de la galería iba por el buen camino para encontrar la surgencia. Cabe comentar como honra y agradecimiento a los trabajadores, las penosas condiciones en las que desarrollaron su labor, además de una galería subterránea que tenían que ir estabilizando a medida que se perforaba, había días que el calor superaba los 50o C y el dióxido de carbono aún dificultaba más, hasta el punto de quedarse sin aire cuando se agachaban.
Toda esta labor narrada, desde el inicio de la investigación hasta el final de la excavación de la galería, duró diez años, aunque si no hubiera sido por cuestiones políticas, bien podría haber sido de poco más de dos años, pero al final, con el presupuesto que se solicitó, sin modificados ni complementarios, el equipo de la DGA encontró la Fuente Santa manando a una temperatura que oscilaba con las variaciones de nivel en las charcas debido a la influencia de la marea, entre 42 y 45o C. Pero además, al analizar el agua se descubrió al fin la razón de la fama, la causa que dio prosperidad y riqueza como nunca más la isla ha vuelto a tener, el agua era clorurada sódica carbogaseosa, la más buscada por los balnearios, la que llevaba España intentando encontrar durante dos siglos sin resultado y que solo dos balnearios europeos la tienen: Nauheim en Fránkfort y Royat en Vichy.
Fue entonces cuando se pudo comprender sus poderes curativos, idóneos para cicatrizar, para las circulaciones sanguíneas y linfáticas, para el reuma, la artrosis y para los problemas de la piel. Incluso se pudo comprender también porque creían que era capaz de curar la lepra y la sífilis aunque estas fueran enfermedades víricas.
Con el descubrimiento de la Fuente Santa también se encontró la tan buscada Cruz de Piedra, no estaba sobre el malpaís del San Antonio como siempre se había creído, sino en la parte más alta del acantilado, presidiendo la vista y señalando con su travesaño vertical, el dique en el que a su pie manaba la milagrosa fuente. Incluso las cuatro frases que en un momento equivocado se desdeñaron como forma de encontrar la fuente, cuando se halló la fuente, se revelaron como datos fidedignos y exactos para haberla encontrado, la culpa no fue de las frases sino de aquellos que erróneamente, a lo largo de estos tres siglos creyeron haberlas interpretado correctamente. En octubre de 2005 se presentó públicamente el hallazgo de la Fuente Santa.