De los 266 papas oficiales, la inmensa mayoría son de origen italiano, muchos provienen de Siria, otros de África y solamente hay tres españoles. El gallego, Dámaso (número 37); y los valencianos, Calixto III (209) y Alejandro VI (214) de la familia de los Borja (en italiano: Borgia).
Dámaso I, el Papa gallego
El santo patrón de los arqueólogos, Dámaso I, nació en la antigua Hispania, en Gallaecia, entre el año 304 y 305. Dámaso fue hijo de Antonio, de oficio escribano, y de Lorenza, viuda de cuya vida se conocieron algunos rasgos en el siglo XVIII y que una vez enviudó, se consagró a Dios. Eligió Dámaso el camino del sacerdocio y lo llevó hasta sus últimas consecuencias, siendo fiel al Papa Liberio, quien fue desterrado de Roma por el emperador Constantino, acusado de arrianismo en un momento convulso de la institución.
Su elección como obispo de la Ciudad Eterna estuvo acompañada de una cruenta y sangrienta revuelta entre sus partidarios y los que apostaban por Ursino, que pertenecía a la facción favorableal antipapa Félix II, que había sido designado por el Emperador tras la expulsión de Liberio.
Finalmente sería el prefecto de la ciudad, Juvencio, quien reconoció la legitimidad de Dámaso y desterró a Ursino, con el que mantendría una disputa durante catorce años más, hasta su definitiva expulsión de lo que hoy conocemos como Italia. Damaso tuvo un largo pontificado de 22 años donde tuvo que hacer frente al concilio de Zaragoza en el 380 para tratar de luchar contra algunas de las herejías predominantes de aquella época como era el priscilianismo, el apolinarismo o el ya mencionado arrianismo. En su magisterio queda el cuidado de la liturgia, la formación y buena imagen que debía proyectar el clero y el afianzamiento de la universalidad de la Iglesia romana.
Fue el único de los papas españoles que llegó a la dignidad de santo y tuvo bajo su tutela, como secretario, a nada más y nada menos que san Jerónimo, que daría fe y testimonio del cuidado de Damaso por las letras y los escritos.
Calixto III, el papa valenciano
La historia de Alejandro de Borja, nombre secular de Calixto III, es la del hijo de un humilde terrateniente valenciano que se iría abriendo paso a marchas agigantadas en un mundo hostil y de cambio de paradigma histórico en los albores de la Baja Edad Media.
Doctor en derecho canónico por Lérida, el que a la postre sería el segundo Papa español en llegar a Roma.
Entre los grandes acontecimientos que marcarían sus primeros años sería el haber podido tratar y presenciar una profecía sobre su pontificado de la mano de otro ilustre valenciano como fue san Vicente Ferrer, al que más tarde el propio Calixto III canonizaría.
Tras años de intenso activismo político, de mediación entre las potencias de la época, Alejandro de Borja consiguió la dignidad cardenalicia en 1444 y, más tarde, en 1455, bajo la inspiración del Espíritu Santo, comenzaba la dinastía de los Borgia. Su papado, se centró en tres aspectos que son peculiares del papado del siglo XV: la oposición a los turcos, la defensa del equilibrio político italiano conseguido en la paz de Lodi (1454) y la consolidación de la autoridad papal en los Estados Pontificios. Fue uno de los grandes impulsores de la cruzada y sentó las bases de la unificación del Reino de España, no sin antes haber urdido un sistema nepotista que permitió crear el primer clan familiar que tanta literatura ha generado durante los últimos siglos.
El último del clan de Borja
Rodrigo de Borja y de Borja nació en Játiva, alrededor del año 1431, en el seno de una familia de la pequeña nobleza local, formada por Jofré de Borja Escrivà e Isabel de Borja, hermana del futuro papa Calixto III; fue el tercero de los cinco hijos del matrimonio. En marzo de 1437 murió su padre y el pequeño Rodrigo se trasladó a Valencia junto con su madre y sus hermanos Pedro Luis, Tecla, Juana y Beatriz, instalándose en el palacio de su tío el obispo Alfonso de Borja, quien por aquel entonces se encontraba en Italia, en el séquito del Magnánimo.
Gracias al patrocinio de su pródigo tío pronto comenzaron a lloverle prebendas: en 1447 una canonjía del cabildo valentino y otra en la catedral de Lérida, y en 1449 la dignidad de sacristán de la catedral de Valencia. Debió de ser en ese mismo año cuando el cardenal Borja hizo venir a Roma a sus sobrinos Pedro Luis, Rodrigo de Borja y Luis Juan del Milá. Estos dos últimos, destinados a la Iglesia, fueron encomendados al humanista Gaspar de Verona, quien tenía en Roma una prestigiosa escuela, hasta que estuvieron preparados para marchar a estudiar Derecho en la Universidad de Bolonia (1453). Allí Rodrigo se distinguió como estudiante diligente. Mientras tanto su tío veló por su promoción eclesiástica:en 1450 Nicolás V le nombró canónigo y chantre de la Colegiata de Játiva, en 1453 le reservó tres beneficios eclesiásticos que vacaran tanto en la diócesis de Valencia como en la de Segorbe-Albarracín, y le entregó las parroquias valencianas de Cullera y de Sueca.
Cuando el 8 de abril de 1455 el cardenal Alfonso de Borja fue elegido Papa con el nombre de Calixto III, la fortuna de Rodrigo experimentó un notable auge.
Un primer intento de encomendarle el obispado de Valencia, que el nuevo Papa dejaba vacante, fracasó por la tenaz oposición del rey Alfonso el Magnánimo, que lo quería para su sobrino Juan de Aragón. De modo que, por el momento, el Pontífice tuvo que contentarse con hacerlo protonotario de la Sede Apostólica, y lo envió a continuar sus estudios en Bolonia, donde se doctoró el 13 de agosto de 1456. Entre tanto, le confirió el deanato de la colegiata setabense, la parroquia de Quart (Valencia) y la rectoría del hospital de San Andrés de Vercelli.
Ya antes de su coronación pontificia, Calixto había manifestado su propósito de elevar a sus sobrinos al cardenalato. Y lo hizo en el consistorio secreto de 20 de febrero de 1456, con el consenso unánime de los cardenales presentes, asignando a Rodrigo el título diaconal de San Nicolás in carcere Tulliano, aunque la promoción se mantuvo en secreto hasta el 17 de septiembre del mismo año.
Un mes después Rodrigo volvió a Roma para recibir el capelo de manos del Papa. Este nombramiento suscitó las críticas de los contemporáneos, mas no por la indignidad moral de los sobrinos del Papa, como algunos han escrito, sino por la juvenil edad de los mismos.