Fielatos en la memoria

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Desde mediados del siglo XIX y hasta los años sesenta, unas oficinas municipales se encargaban de supervisar el tráfico de mercancías entre municipios. Se llamaban fielatos y cobraban arbitrios a los ciudadanos por entrar en la ciudad vino, aceite, carne o pescado.

 

En la Vuelta de los Pájaros de Santa Cruz de Tenerife, en la zona de Villa Benítez, se levanta un pequeño edificio con tejado a dos aguas que es, desde finales de la década de los años 60, sede del Centro de Inicativas y Turismo de Santa Cruz de Tenerife.

 

Si nos acercamos a su fachada podemos apreciar un letrero de azulejos que pone CIT Fielato y la fecha de 1900. Fue construido en ese año como almacén de material del primer tranvía de la isla. Más tarde, en los años veinte, comenzó a cumplir las funciones de fielato.

 

¿Qué quiere decir esa palabra? Es el nombre de unas oficinas municipales que se establecieron en toda España a la entrada de los grandes núcleos de población desde mediados del siglo XIX. Su función era cobrar los impuestos sobre algunos artículos de consumo. El término procede del fiel o balanza que se usaba para pesar los productos y así aplicar la tasa correspondiente.

 

De esta manera, se cobraban arbitrios sobre el vino, los aguardientes, aceite, carne y pescado. Constituía una actividad de suma importancia para los ayuntamientos, pues dependiendo de la localidad podía llegar a suponer entre un 50 y 70% del total de los ingresos municipales. En cada una de las oficinas, estos celosos aduaneros locales paraban a todas las personas que pretendían entrar a la población para inspeccionar si traían alguna mercancía susceptible de pago de tasas. Daba lo mismo que fueran a pie, en montura, en carro, coche, guagua e incluso en tranvía: todo el mundo debía detenerse ante la autoridad fiscal.

En el artículo "Las lecheras y el fielato", publicado en el periódico El Día, Francisco Ayala describe a la perfección el ambiente en el que debían discurrir estas operaciones aduaneras. Como podemos imaginar, los atascos eran monumentales a ciertas horas y también había una enorme picaresca a fin de evitar el pago de los consumos. Las campesinas trataban de esconder las gallinas o los conejos debajo de las faldas a fin de escapar del control del fielatero, lo que ocasionó no pocas situaciones curiosas.

 

En ocasiones, los estudiantes que viajaban en tranvía, comenzaban a imitar el cacareo de las aves cuando entraba el fielatero a inspeccionar. Asimismo, como cuenta el periodista tinerfeño Gilberto Alemán en su libro Crónicas del callejón, algunos trataban de pasar mercancías como vino o aguardiente cruzando campo a través para evitar el control en el fielato. Esta actividad de contrabando era duramente perseguida por la Guardia Civil.

 

En la edición del 14 de junio de 1955 del desaparecido diario deportivo Aire Libre se cuenta una anécdota sobre este afán por soslayar el control de los aduaneros. La trancribimos literalmente:

 

"Dos avispados quisieron aprovechar el gran movimiento rodado del día del Corpus para traerse de Las Canteras un cerdo y pasar sin contratiempos por el Fielato. Dicho y hecho. Llegaron al Fielato al mismo tiempo que media docena de coches. Pusiéronse en fila y previamente colocaron al cerdo en el asiento trasero, en medio de ambos, con un sombrero calado hasta el hocico. Les llegó el turno: ¡Nada! ¡Adiós, buenas noches! Salieron disparados, camino de Santa Cruz. Al arrancar, un fielatero, en confianza, dijo a un compañero: -¿Te fijaste? ¡Fuerte cara de cochino tenía el del sombrero!"

 

Los fielatos desaparecieron a principio de los años sesenta, pero las personas mayores recuerdan todavía dónde se encontraban. En Santa Cruz, hay una zona conocida como el Fielato de los Melones, en la confluencia de Las Ramblas y de la avenida Francisco La Roche. También se recuerda el del Puente de Zurita, precursor del de Villa Benítez.

 

En La Laguna, los más importantes eran el de Gracia y el de la Concepción. Además, ha quedado una huella muy grande de los fielatos en la toponimia de la isla. Así, en Valle de Guerra había uno donde se cruzan la carretera del Boquerón y la de Tacoronte a Tejina. Un barrio cercano de esta misma población recibe el nombre de El Consumo.

 

En Güímar y en Granadilla se conservan también como nombres de lugares. En Arafo ha pervivido el recuerdo de esta actividad como topónimo de una zona: el barrio de El Fielato. En Arico, en Los Morales, existe todavía la casa donde se ubicaba la oficina de consumos.

 

Todos estos enclaves han quedado como memoria de una actividad fiscal que los ciudadanos de aquellos tiempos, en los que se pasaba mucha necesidad, soportaban con pocas ganas. No hay más que ver su impacto en el folclore, como en aquella polka que comienza diciendo: "Una señora formal / compró un conejo barato / y al pasar por el fielato / lo escondió en el delantal".

 

El resto no es difícil de imaginar. Tiempos aquellos…